En cierta ocasión, mientras estaba preparando la serie de TV Para Elisa, Eduardo le dijo a José Carlos: “Soy el mejor guionista de España”. Lo dijo en serio; se lo creía realmente, necesitaba creérselo. En el pasado, aun sin contar con demasiados datos para sustentar tal creencia, Eduardo siempre se había considerado un genio, así que imaginaos hasta qué punto creció su ego cuando por fin el éxito le sonrió.
Eduardo escribió los 18+1 guiones originales de Para Elisa entre 1987 y 1989, en el chalet que había alquilado en Cercedilla. Permitidme hablaros un poco sobre ese lugar: Se trata de un pueblo de montaña donde muchos madrileños tienen su segunda vivienda, de modo que los fines de semana, sobre todo en verano, se llena de gente. Sin embargo, entre semana, o en lo más crudo del invierno, sólo es un entorno rural tranquilo y más o menos aislado. Quizá demasiado tranquilo y demasiado aislado. La verdad es que para Alicia debió de ser una putada. Imagináoslo: una caraqueña acostumbrada a los benignos aires tropicales encerrada de pronto en un pueblo de la sierra donde casca un frío que rompe las piedras; una mujer desocupada metida todo el año en un lugar pequeño absolutamente carente de distracciones urbanas.
La vida social de Eduardo, tan agitada en el pasado, se había reducido al mínimo. La verdad es que, sin prisas, pero sin pausas, había ido perdiendo a los últimos amigos que le quedaban. Fernando, Antonio y Sonsoles, Juan, Enrique, Carmen, Tony, Juana, el inefable Nono... Su cada vez más bronco carácter, su intransigencia, su delirante megalomanía, todo ello alejaba a sus amigos de él. O bien él rompía con ellos, porque le fallaban. Es decir, porque no hacían exactamente lo que él quería. A lo largo del tiempo, de vez en cuando, me he ido encontrando con algunos de ellos. Los más tolerantes decían: “Bueno, ya sabes cómo es tu hermano...”, mientras que los más cabreados con él afirmaban: “Eduardo se ha vuelto loco”. El caso es que, poco a poco, Eduardo se estaba quedando solo.
Pero volvamos a su labor profesional. Pese al éxito obtenido, había algo que Eduardo no acababa de encajar bien. Tristeza de amor la dirigió Manuel Ripoll. Por aquella época (y todavía ahora), quien tenía el poder en una producción televisiva, quien siempre tomaba las decisiones finales, era el realizador. Una vez acabados los guiones, el guionista no pintaba nada. En el caso que nos ocupa, además, se daba la circunstancia de que Ripoll, el director, estaba casado con Concha Cuestos, la coprotagonista. Así que Eduardo no había participado lo más mínimo en la producción de la serie, lo que le jodía.
Eduardo se veía a sí mismo como un nuevo Billy Wilder, quería tener el control total sobre su obra. Para conseguirlo, le exigió a TVE dirigir Para Elisa, su nueva serie. Y los responsables de la cadena se negaron en redondo. Con toda la razón, por cierto, pues se trataba de la serie más cara jamás rodada para la tele y Eduardo no tenía la menor experiencia como director. Supongo que ése fue el primero de los conflictos.
El siguiente, y más gordo, se produjo cuando Sánchez del Pozo, el productor de Para Elisa, le pidió a Eduardo que modificase los guiones para que el arranque tuviese más garra. En vez de eso, mi hermano escribió un capítulo más para que sirviera de comienzo y no tocó los dieciocho restantes. Entonces, Martín Cabañas, el productor ejecutivo, le dijo que había que reducir la serie, de 19 episodios a 16. Eduardo se negó en redondo. Así que Martín Cabañas le encargó a José Ramón Paíno, el coordinador general, que realizara la citada reducción, cosa que éste hizo no eliminando capítulos completos, sino quitando texto de aquí y de allá y reordenando el material narrativo para ajustarlo a la nueva extensión (estos datos los he obtenido de la hemeroteca de ABC, disponible en Internet).
Bien, lo que acabo de contar suena tranquilo, lo he expuesto sin apasionamiento, con frialdad, y eso da una idea muy equivocada de cómo fueron las cosas. Cuando digo que Eduardo tenía mal carácter es difícil que os hagáis una idea de hasta qué punto tenía mal carácter. Veamos, Eduardo era alto (1’88), moreno, barba frondosa, de ojos oscuros, mirada penetrante y una voz grave y potente (los tres hermanos, por cierto, teníamos voces muy similares). Pues bien, imaginaos a Eduardo cabreado. Encajaba la mandíbula, sus ojos se inyectaban en sangre, una vena comenzaba a latir en su sien y empezaba a dar gritos desaforados. Te insultaba a grandes voces y con variedad de adjetivos, te impedía hablar, daba golpes en la mesa, hacía gestos amenazadores, te ridiculizaba, irradiaba una ira y un odio realmente estremecedores. Era algo desaforado; se pasaba tres pueblos. Y eso ocurría con gran facilidad. Pues bien, por lo visto, Eduardo montó una buena cantidad de broncas como la que acabo de describir durante la pre-producción de Para Elisa, una sucesión de escándalos que culminaron con mi hermano mandando, literalmente, a tomar por culo al entonces Director de Programas de Ficción de la cadena.
Pero no tiene sentido que intente describir algo de lo que no fui testigo. Puedo imaginármelo, porque sé lo mucho que mi hermano podía pasarse, pero sólo serían suposiciones. No obstante, para que os hagáis una idea del tamaño de las broncas que mi hermano montó en TVE, voy a contaros una anécdota que yo sí protagonicé. No describe lo que pasó, pero sí da una idea de su alcance. Ocurrió en el 91 o el 92. Alguien, por no recuerdo qué motivo, me había pedido copia de ciertos textos adicionales que iban incluidos en la primera edición de El Coyote, así que cogí un par de novelas de mi padre y me acerqué con ellas a una tienda de fotocopias que había en el paseo de la Castellana. Era invierno, a última hora de la tarde, ya de noche; en la tienda había una larga cola de gente esperando para ser atendida, así que me incorporé a ella. Delante de mí había un hombre de unos cuarenta años, trajeado y encorbatado. El tipo –he olvidado su nombre- se fijó en las novelas de El Coyote y me preguntó si yo tenía algo que ver con José Mallorquí. Le dije que sí, que era su hijo. En fin, cosas similares me han pasado muchas veces, pero en esa ocasión, en vez de seguir hablando de mi padre, el hombre dijo: “Entonces tú eres hermano de Eduardo Mallorquí”. Asentí, un tanto confuso, y él me espetó con una medio sonrisa irónica: “Pues vaya follones ha montado tu hermano en Televisión, ¿eh?”.
Por aquel entonces no tenía ni idea de lo que me estaba hablando; le dije que mi hermano y yo llevábamos tiempo distanciados y no sabía nada de su vida. Él se presentó; trabajaba en TVE, no recuerdo en calidad de qué. Y acto seguido comenzó a contarme algunas de las broncas que había protagonizado mi hermano en la cadena. Gritos e insultos a cuantos se le cruzaban por delante, salidas tempestuosas de los despachos dando portazos, desacato total a las instrucciones de la dirección y, por supuesto, mandar a tomar por culo al Director de Programas de Ficción. Al parecer, el escándalo había sido mayúsculo, pues Para Elisa era uno de los proyectos estrella de la cadena y los follones de mi hermano habían causado innumerables retrasos y problemas en la producción (que al final acabó costando 1340 millones de pesetas, una barbaridad para la época). Según me dijo, debido a su desaforado comportamiento, Eduardo tenía prohibida la entrada en TVE. Poco después llegó el turno del hombre, que hizo sus fotocopias y se despidió amablemente de mí. Jamás le he vuelto a ver.
¿Por qué os cuento esto? Fijaos: un tipo de lo más correcto al que no conozco de nada me identifica como hermano de Eduardo en un lugar público y lo primero (y único) que se le ocurre es comentarme las barbaridades de mi hermano. Nadie hace eso, salvo en el caso de que las barbaridades hayan sido descomunales. Y, paraos a pensarlo, Eduardo montó aquel escándalo, se cargó su futuro profesional, única y exclusivamente por negarse a reducir a 16 capítulos una serie que originalmente constaba de 18. Fríamente visto, es delirante, estúpido, completamente absurdo.
En fin, Eduardo salió de TVE cagándose en todo lo cagable y más vetado que un watusi en el KKK. Pero ahí no acaba la cosa. No sé exactamente cuándo se rodó Para Elisa. Los guiones estaban listos a finales del 89 o comienzos del 90, pero es posible que la producción se demorara hasta el 92. El caso es que Para Elisa se estrenó el 29 de enero de 1993. Y Eduardo, mediante el gabinete jurídico de la SGAE, no solo demandó judicialmente a TVE por vulnerar sus derechos de autor, sino que además solicitó al juzgado el secuestro cautelar de la serie. El juez accedió al secuestro cautelar, pero exigió una fianza que ni la Sociedad de Autores estaba dispuesta a desembolsar, ni mi hermano lo suficientemente adinerado para abonar, así que la serie siguió emitiéndose hasta el final mientras la justicia seguía su lento curso.
Para Elisa, una serie centrada en el mundo de la publicidad, fue un rotundo fracaso. La verdad es que era muy mala; malísima. Puede que el “reajuste” de los guiones que hizo José Ramón Paíno la estropeara, pero lo dudo; como mucho, eso habría afectado al ritmo narrativo, y la serie tenía problemas por todas partes. Estaba mal rodada, mal producida, mal interpretada y, reconozcámoslo, los guiones eran pésimos, con situaciones absurdas, personajes inconsistentes y diálogos encorsetados. ¿Qué había pasado, por qué lo hizo tan mal Eduardo?
Después del éxito de Tristeza de amor, mi hermano se sintió sobrado, capaz de afrontar cualquier proyecto. Nada, salvo la kriptonita, podía dañarle. Creía tener en las manos las claves y los secretos de la narración televisiva, creía haber descubierto la fórmula infalible, así que redujo a cero su nivel de autocrítica.
Eduardo conocía el mundo de la radio y de la bohemia nocturna, y ambos mundos formaron parte de Tristeza de amor. Además, estaba sublimando su propia vida. En esa serie hablaba de sí mismo, de lo que conocía de primera mano. Y como el resultado final había funcionado, mi hermano decidió repetir la jugada, trasladando el relato, con escuadra y cartabón, de una emisora de radio a una agencia de publicidad. El único problema era que Eduardo no había pisado una agencia de publicidad en su vida. De hecho, desconocía por completo el mundo de la empresa.
Para Elisa estaba ambientada en una agencia de cartón piedra poblada por personajes tan tópicos como acartonados. Nada sonaba auténtico, todo era impostado. No soy capaz de recordar la trama, si es que la tenía. A los pocos capítulo dejé de verla.
Tras el escándalo organizado en TVE, tras la demanda judicial a la cadena, tras el costalazo de Para Elisa, el nombre de Eduardo ya figuraba en las listas negras de todas las emisoras de televisión del país, y su fama de problemático no hacía más que extenderse (la noticia del pleito a TVE apareció en toda la prensa de la época). ¿Sabéis lo más irónico de todo? Al cabo de unos años, los tribunales le dieron la razón a mi hermano y TVE tuvo que indemnizarle. Pocas veces la expresión “victoria pírrica” ha tenido tanto sentido como en este caso.
Pero ahora estamos a finales del 89 o principios del 90. Eduardo ha sido expulsado con cajas destempladas del mundo de la televisión y no solo se ha quedado sin trabajo, sino también sin la menor perspectiva de volver a trabajar como guionista. Más o menos por esa época sucedió otra cosa: Eduardo y Alicia se separaron. No sé exactamente cuándo, ni cómo, ni por qué, pero en el fondo no importa. No hacía falta ser un lince para darse cuenta de que Alicia no era la pareja adecuada para Eduardo; si estuvieron juntos casi ocho años fue por pura inercia y porque mi hermano no llevaba bien la soledad.
Y ahí estaba Eduardo, solo en su chalet de Cercedilla, sin vida sentimental, sin familia, casi sin amigos, sin trabajo ni futuro, sin esperanza, corroyéndose por dentro lleno de amargura. Poco después, el 17 de mayo de 1991, mi hermano comenzó a escribir el Diario. No me gusta ese texto; me indigna, me repele y, en ocasiones, me asquea. Son los pensamientos de un hombre amargado y lleno de rencor, las reflexiones de alguien que, pese a haberse pasado la vida de equivocación en equivocación, no deja de creerse en posesión de una lucidez que le eleva sobre los demás. Ese texto, el Diario, es irritante, ofensivo, autocomplaciente, tendencioso, masturbatorio. Y también un canto a la depresión y el suicidio.
El escándalo de Para Elisa fue la penúltima caída de mi hermano, en realidad su último gran acto de autodestrucción. Pero no fue el final de su historia, ni lo peor que le sucedió. Eso aún estaba por llegar. ¿Por qué actúo así Eduardo, por qué se cargó su futuro profesional? ¿Tan importante era recortarle o no un par de capítulos a una puñetera serie de TV? No, lo que estaba en juego no era eso, sino el ego de mi hermano, ese enorme y frágil ego que le había hecho perder todo contacto con la realidad. Aún así, en el Diario hay al menos un resquicio de lucidez. Eduardo no tenía ni idea de cuáles eran las causas de su fracaso, las tergiversaba constantemente; pero era plenamente consciente de que su vida se había ido definitivamente a la mierda.
“Evidentemente, no hubiera preferido nacer en Somalia, ni en Haití; ni me hubiera gustado ser Jack el Destripador, ni uno de los judíos del holocausto; ni hubiera preferido ser un barrendero. Pero no me gusto yo, no me gusta España, y no me gusta lo que significa escribir en España. Ni me gusta estar solo. Ni me gusta tener cincuenta años”.
Diario, Eduardo Mallorquí. 11 de octubre de 1992
Continuará
21 comentarios:
Jodeeer.
No tengo palabras.
JMiguel.
No fue maltratador más que psicológico? Es decir, es muy raro que no metiera hostias. Decías que lo intentó con Jose Carlos, pero... ¿le arreó a alguien más? A sus parejas?
Me ha recordado a alguna biografía de Stanley Kubrick que he leído. Lo mismo que es un defecto de carácter en tu hermano era un signo de genialidad en Kubrick. Una de las personas que trabajo con él dijo: "Señor Kubrick, yo antes lo admiraba y pensaba que usted era un genio. Ahora pienso que es un gilipoyas, genial pero gilipoyas".
Imagino que si hubiera nacido en otro país y hubiera tenido un éxito televisivo como el su primera serie, las cosas hubieran sido distintas para él.
Quizá su último lamento no iba desencaminado.
Yo creo que el que te contó el episodio de tu hermano con el tema de Para Elisa fue muy atrevido. Quiero decir que por defectos que tengan las personas de nuestra familia no somos muy dados a admitir que los demás hablan de ellos.
Este señor se encuentra con un desconocido del cual conoce a un hermano con muy malas maneras y se pone a criticarlo. Se podía haber encontrado en vez de con tu educación con un César Mallorquí similar a Eduardo y haber ocasionado un episodio violento por dicha temeridad, ¿o no?.
Excelente relato. Terrible contenido.
Tengo un gran recuerdo de la serie. Me impactó mucho. Acabo de pillar el libro en una librería de segunda mano.
Resulta curioso y trágico. El verso de la canción que más me gustaba ("...jugando a ganar/ has vuelto a perder") parece un retrato de la vida de Eduardo y de Hilario Pino.
Otra magnífica entrada. Espero impaciente la siguiente.
Y ahora, por otra parte y aún a riesgo de parecer una pelota desmedida (cosa que no me importa lo más mínimo), tengo que decirte algo: he estado leyendo entradas antiguas y me sorprende lo lúcido y brillante que eres, Fray César. Cuesta encontrar horrores gente así. Sobre todo, en lo tocante a literatura, religión, ateismo y otros temas polémicos, me quito el sombrero y aplaudo. Estoy completamente de acuerdo con todo lo que expresas, cosa que me sorprende y a la vez me entusiasma. Así que a eso quería llegar: me apena no haber encontrado tu blog antes, y me muero de ganas de comentar en muchas de las viejas (y brillantes) entradas. ¿Te llega alguna notificación conforme se ha comentado en ellas, o quedan, desgraciadamente en el olvido?
Un saludo, y espero que Babel siga muchísimos años más.
Anónimo de las 3:28: Eso que preguntas ya está respondido en la cuarta entrada de esta serie. Al menos en un caso, el de María, sí hubo bofetadas. Pero eso fue en su etapa alcohólica. En lo que respecta al resto de sus parejas, no tengo ni idea.
Anónimo de las 3:40: No sólo tienes razón en lo que dices, sino que eso que planteas será una de las conclusiones de esta serie. Si mi hermano hubiera tenido un éxito duradero, todo habría sido muy distinto. Sería un gilipollas, sí; pero un gilipollas tolerado.
Amaranta: No, amiga mía, las maneras de aquel desconocido eran absolutamente corteses y en ningún momento criticó abiertamente a mi hermano. Se limitó a contarme algunas de las cosas que hizo. Supongo que a ello también contribuyó mi actitud pacífica, abierta e interesada en lo que me estaba contando.
CorsarioHierro: Vaya, me ha hecho ilusión que hayas podido encontrar el libro de Eduardo. Es como si el pasado se resistiera a morir... Gracias por tu interés.
Sí, ese verso de la canción resulta ahora, con el tiempo, estremecedoramente acertado.
Nyna: Caramba, has hecho que me sonroje. Gracias por todo lo que dices; pero cuidado, comparto genes con Eduardo, así que mi ego podría desmandarse. En serio, muchas gracias por tu comentario; me alegro muchísimo de que te guste Babel. No obstante, ten cuidado conmigo, querida amiga: recuerda que soy escritor, un prestidigitador de las palabras, y que a veces un buen manejo de la prosa pude ocultar las posibles grietas de un razonamiento. A fin de cuentas, los escritores somos mentirosos profesionales :)
Nyna: Perdona, me había olvidado de constestar tu pregunta. En efecto, cualquier comentario que aparezca en cualquier entrada del blog, sea de cuándo sea, me llega a través de un correo electrónico.
Jaja, ¿ego? Todos tenemos de eso, y yo de las que más. Reconozco que mi particular carrera en la medicina me lo suele inflar a menudo. Pero qué narices, de vez en cuando me parece de lo más positivo recrearnos en ello; siempre que no dejemos de lado la autocrítica, cosa que sí hizo tu hermano.
La egolatría de Eduardo era patológica, de psiquiatra: una enfermedad que lo llevó a la muerte.
Por otra parte, ser un prestidigitador de palabras es tu trabajo; así que qué leñes: felicidades por jugar tan bien con ellas. No todos los escritores hacen tan bien su trabajo, así que nada de modestias que no convienen :)
No obstante, son las ideas que con tanta fuerza quedan plasmadas en tus textos las que me entusiasman. Será porque yo pienso exactamente lo mismo, pero me cuesta ver esas (posibles) grietas, qué le vamos a hacer.
Sólo falta la última! Qué nervios!
Queremos la parte IX del relato! Ánimo, maestro!
César, César, César! Lecturi te salutant!
Por cierto, me voy a pillar Leonís. :D
Me la recomiendas, nooo? xD
Un saludo, hombre. :)
Siempre me quedo con unas ganas locas de comentar estas entradas, pero nunca sé qué decir.
Me dejan sin palabras.
PD: Suscribo lo que comenta Nyna. Me ha pasado en muchas de las entradas que has escrito (sobre todo las referentes al ateísmo y a la religión) el ver tan bien expresado lo que yo mismo pienso y creo, pero que al intentar plasmarlo yo mismo no me sale. Y leo tu entrada y pienso "eso, eso es justamente como quería expresarlo".
Llevaba tiempo sin pasarme por Babel y me he tragado todas las entradas sobre tu hermano seguidas.
Espero la última ansiosa.
La vida es muy rara, César.
Un besote
Estoy enganchada a esta historia/vida.
Estoy teniendo una fuerte discusion con mi hermana por msn sobre los ebooks.
Cuando crees que llegara el ebook de tal manera que arrase con la venta en papel, Cesar? Rudy Martinez dice que en 20 años maximo. Crees que pintan mal als cosas con la posibilidad de piratear? :(
Un saludo!
Me hago presente otra vez sin otro motivo que confirmarte que sigo con interés la serie sobre esta persona tan singular que fue tu hermano. Menudo exorcismo el tuyo...
Uno de los muchos aspectos trágicos de Eduardo es que su "desviación" psicológica hubiera sido muy difícil de tratar por un psiquiatra. Con ese "ir de sobrao" que se gastaba cualquiera le convence de que tenía un problema y que existen profesionales -que saben más que él de esto- que hubieran podido ayudarlo.
Qué nervios! No dejo de visitar el blog para conocer el final de la historia! Las vivencias de Eduardo son tan conmovedoras que dan ganas de no dejar de lerlas nunca, gracias a César es como asistir a una vida en directo, a la lucha del hombre por sobrevivir a pesar de sí mismo. Todos nuestros fantasmas reflajados en esta historia.
Carlitos: Pues muchas gracias :)
Manolo: Exacto. Eduardo necesitaba un psiquiatra, pero jamás, bajo ningún concepto, hubiese recurrido a uno.
Anónimo de las 3:15: Gracias a ti por visitar Babel y por ineresarte por la vida de mi hermano.
A mí me parte el alma, tal vez porque no es tan distinto de los demás, solo que él, como cuentas, tenía todos los ingredientes del cóctel (un físico poco agraciado, un hermano mayor y potente, un padre que triunfa y que al mismo tiempo es frágil, al que admira y al que terminara por imitar, y lo más importante una madre que él vive, aunque no sea así, con una gran distancia afectiva; desde luego que ni el alcohol ni siquiera su proyecto fracasado de guionista o escritor me parecen el origen (él dejó de beber, tuvo incluso un éxito profesional que la mayoría no alcanza en toda una vida, tuvo parejas que le quisieron), no, en mi modesto entender sabía de antemano que fracasaría en lo que hiciera, porque él lo llevaría todo al fracaso, los psicólogos hablarían de un trastorno de apego, de no haber recibido lo suciente para tener un lugar, una identidad propia (que no sustentada por la comparación con el hermano, los hermanos que sí la tienen),todo esto y mucho más, porque, ¡a saber qué herencias forjan nuestro carácter!
Comprendo que no pudieras hacer más por él, porque él no hacía más que boicotear cualquier ayuda y acabaría arrastrando al resto.
Siento pudor al dar mi opinión sobre algo tan tuyo, pero lo hago desde el repeto más absoluto porque me parece hermoso y valiente lo que estás haciendo (que me hace olvidar incluso la prosa)porque solo veo a tu hermano ahí, tan cabroncete (con perdón) y al mismo tiempo tan entrañablemete brutal.
Eva
Termino de leer estas notas de César sobre su hermano Eduardo. Me han producido una enorme amargura, y han acrecentado el dolor de nuestra ruptura.
Todo lo leído me confirma mis impresiones y sentimientos en relación con Eduardo Mallorqui: un tipo radicalmente distinto a lo que todos quisieron ver en él. A nadie dio lo que le pidieron, ni siquiera a si mismo. Y él fue, como todos los hombres, carcelero de si mismo.
No conocía los episodios finales de su peripecia vital, pero nada en ellos me sorprende. Lamento no haber estado cerca suyo para dejarme estafar, engañar y maltratar por él. Nadie sabe lo que hay en el corazón de un hombre hasta que camina dentro de sus zapatos.
Pasé con Eduardo muchas horas: borrachos, sobrios, furiosos, amables, agrios, dulces, violentos. En esas horas atisbé una cabeza irrepetible, brillante, atormentada y atormentadora. Una de esas personas de las que se conocen pocas en una vida.
Siempre le estaré agradecido por las valiosísimas cosas que me regaló, por aquellas conversaciones y aquellas broncas que me mostraron un mundo apasionante.
Soy ya un viejo: pronto cumpliré 60 años. Tengo la vida ya a mis espaldas. Fue Eduardo quien me agarró un día por el cuello y a voz en grito me dijo que lo dejara todo, que dejara mi trabajo, que dejara mis miedos, que viviera contra todos si era necesario, que me dedicara a escribir. Así lo hice. Y hoy se lo agradezco.
Desde entonces, y gracias a Eduardo me gané la vida escribiendo. Y gracias a Eduardo aprendí que más vale vivir -y morir- con tu propia locura que con la locura de los demás.
La verdad es que descubrí estas páginas por casualidad, buscando una foto suya:
http://ellorodeflaubert.blogspot.com/2011/08/vendra-eduardo-y-tendra-tus-ojos.html
Un abrazo para todos, y, en especial, para César.
Sulleiro: Tras un severo ejercicio de memoria y una breve investigación por Internet, ya te pongo cara, e incluso algo de biografía. “Galarraga”, ¿recuerdas? También me acuerdo de Alicia, y de esa postrer visita a Aranjuez, y de muchas cosas más. Lo de mi espectacular borrachera… en fin, hubo un montón, y, para ser sincero, prefiero no recordarlas demasiado. Tu bronca final con Eduardo tuvo que ver con algo relacionado con Alicia, ¿verdad?
En cuanto a lo que dices y evocas acerca de mi hermano… creo que está contemplado a través de la lente deformante de la nostalgia. Tú le conociste durante un periodo no muy largo y cuando aún no se había hundido del todo en el alcoholismo, así que Eduardo conservaba algunas de sus virtudes, aunque ya estaba en trance de despeñarse por el lado oscuro. ¿Te ayudó? Seguro que sí, pero ¿cuál era el precio que debías pagar? Te lo diré: sumisión. Eduardo necesitaba fascinar a la gente, y te fascinó. Era un experto en eso. También adoraba auparse en un pedestal y convertirse en mentor de los demás, en tu mentor, como antes lo fue mío. A cambio, te exigía que acataras todas sus ideas y que le admirases ciegamente. ¿No te extraña un poco que tuvierais tanta amistad con una diferencia de edad tan grande?
Esa advertencia final, esa amenaza, “Eres mi mejor amigo. Si me fallas, me mato”. Dejando aparte el chantaje emocional al que era tan aficionado, también se trata de una jodida mentira. ¿Eras su mejor amigo? Disculpa, Sulle, pero lo dudo. Quizá su “mejor amigo” del momento, un momento por lo general volátil y caprichoso. Hubo otros muchos “mejores amigos” con los que acabó igual que contigo: partiendo peras, porque Eduardo rara vez establecía relaciones de tú a tú. Usaba a la gente hasta que la gente se hartaba de ser usada. ¿Lamentas tu bronca/ruptura con Eduardo? No lo hagas; era inevitable.
Mira, una cosa era relacionarse de vez en cuando con Eduardo, y otra muy distinta vivir con él. Esas fiestas en casa, esas borracheras, ese desfile de personajes estrafalarios, todo eso que tu evocas con tanta nostalgia, yo lo recuerdo como un infierno. Eduardo me ayudó, es cierto, y yo le adoraba, pero luego desestabilizó mi vida hasta límites absurdos. ¿Era un ser humano excepcional? Quizá, pero no en el buen sentido de la palabra. Eduardo no tenía el don de crear, sino el de destruir; y se destruyó a sí mismo y a todo cuanto le rodeaba. ¿Era malo? No, sólo estúpidamente egoísta. Disculpa que sea tan crudo, pero sé que el Eduardo que describes y añoras nunca existió. Hubo en Eduardo un lado luminoso que yo quería con toda mi alma, pero esa luz comenzó a apagarse a finales de 1972; lo bueno que tú viste en él no era más que un rescoldo.
Con el tiempo, embellecemos (o envilecemos) nuestros recuerdos y les damos la forma que deseamos. Nos inventamos el pasado para construir una Arcadia en la que refugiarnos cuando llega el invierno. Quizá sea mejor que conserves tan buen recuerdo de Eduardo, aunque creo que lo que realmente estás añorando es tu juventud.
Me alegro mucho de haber vuelto a saber de ti, Sulle/Galarraga. Un cálido abrazo.
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