domingo, julio 16

¡Feliz verano!



          Esta entrada, queridos merodeadores de Babel, es para disculparme. Cuando inicié el blog me propuse escribir un post a la semana, más o menos. En fin, quizá más menos que más, pero por ahí le ha andado. Sin embargo, últimamente he quebrado mi norma y he escrito mucho menos. De hecho, sólo he subido 26 entradas en el último año. 😖 ¡Quina vergonya, mare de Déu, quina vergonya!...

          Las razones de esta baja productividad podrían etiquetarse con una Cruz Roja. Primero tuve unos problemas  de salud que me sumieron en un marasmo de hospitales y médicos. Luego, a primeros de julio, una ducha psicópata me atacó por sorpresa y me fracturó la cadera. Hace exactamente un año, yo estaba postrado en la cama de un hospital navarro, varado como una tortuga panza arriba. Desde entonces, a base de citas médicas, análisis clínicos, radiografías y sesiones de rehabilitación, mi vida y mi trabajo se han desestabilizado. Tenía dos novelas comprometidas para publicar este año, pero ha habido que retrasarlas para el siguiente. Tenía otra novela a medias, y ahí sigue, a medias.

          En cuanto al blog, no solo es que haya escrito pocas entradas, sino que además estoy seguro de que he dejado muchos comentarios sin responder. Mis disculpas a todos los desairados. No me lo tengáis en cuenta, por favor, que mi existencia ha sido muy chunga en los últimos tiempos.

          Pero bueno, ya estoy mucho mejor. Se acabaron las citas médica (casi) y la rehabilitación. Camino con una muletita y ya sólo doy pena, en vez de pena y asco como antes. Anteayer, por fin, terminé de escribir la segunda parte de “La estrategia del parásito”. ¡¡Bien, bravo hurra!! Espero que, a partir de ahora, se normalice la frecuencia de mis entradas.

          Hablando de otra cosa: como sabéis, hace unos meses, obligado por mi querida Pepa y guiado por mi querido hijo Pablo, me abrí un perfil en Facebook. Apenas tengo actividad; comento las entradas de algunos amigos, pero no publico nada. Porque sigue pareciéndome una pérdida de tiempo. Así que, para mantener un poquito de actividad, he estado colgando los post . Desde entonces, los visitantes del blog se han multiplicado por tres e, incluso, por treinta. La verdad, no sé si me gusta.

          Siempre he visto Babel –lo he dicho muchas veces- como una especie de café donde un grupo de amigos nos reunimos para charlar, un lugar tranquilo donde pasar un rato agradable. Quizá por eso me he atrevido, en alguna ocasión, a desnudarme ante vosotros y hablaros de aspectos muy íntimos de mi vida. A fin de cuentas, estábamos entre amigos, ¿no?

          Y, de repente, el café empieza a llenarse de visitantes (que no merodeadores, al menos aún), y el local ya no parece tan íntimo y sí más alborotado... Aunque, bueno, eso todavía no ha ocurrido; los visitantes se han mostrado de lo más educados. Bienvenidos sean.

          Sin embargo, voy a seguir cierta política al respecto: Seguiré colgando entradas en Facebook, pero no todas. Ésta, por ejemplo, no. Y tampoco colgaré el cuento de Navidad, porque eso es un regalo para los merodeadores, no para todo el mundo. Le pilláis el truco, ¿verdad? Los post más personales se quedarán en la Fraternidad. ¿Somos o no somos una hermética sociedad secreta? Pues eso.

          Con este post se abre el paréntesis veraniego. Este año asistiremos –Pepa, Pablo y yo- al Festival Celsius de Avilés (algo que una maldita ducha me impidió hacer el año pasado), y luego Pepa y yo haremos un par de viajes que ya os relataré a mi regreso. Uno de los destinos, por cierto, ha sido escenario de Juego de Tronos.

          Queridos amigos, feliz verano, felices vacaciones, y hasta muy pronto.

¡Floreat Babel!

         

jueves, julio 6

El Síndrome del Lector


 

 
           Ocurrió hace cuatro años, cuando Pepa y yo estábamos en Cartagena de Indias para participar en el Hay Festival. Nos habían hospedado en un exótico y maravilloso hotel de la ciudad vieja, un entorno bellísimo, igual que es bellísima toda Colombia. Sólo había un problema: en la ciudad hacía calor en general, pero a primera hora de la tarde te asabas en la calle. Así que después de comer solíamos quedarnos en la habitación del hotel hasta que en las aceras ya no pudieran freírse huevos.

          Una tarde, Pepa salió a hacer algo y me dejó solo en la habitación, al amparo del bendito aire acondicionado. Tras leer un rato, cogí la tableta, me conecté a la wifi del hotel, revisé el correo y, como quien no quiere la cosa, paseé por algunos blogs. Y llegué a uno que conocía, pero que aún no había frecuentado. Se llamaba, y se llama, Notas para lectores curiosos, de Elena Rius (ya he hablado de ese blog en Babel). Comencé a leer el último post y luego seguí leyendo los anteriores, y leí, leí y leí, y al día siguiente continué leyendo hasta zamparme el blog entero.

          Demonios, cuánto me gustó y me gusta lo que escribe esa mujer. Es, sin duda, el mejor blog literario que me he echado a la cara, y lo es por varios motivos: En primer lugar, porque Elena trata a la literatura como si fuera una amiga, no como a una diosa. En segundo lugar, porque Elena es inteligente y ha leído mucho. En tercer lugar, porque escribe muy bien. En cuarto lugar, porque conoce a fondo el mundo editorial. En quinto lugar, porque, aunque no la conozco personalmente, se nota que es una bellísima persona. Y en último lugar, porque es extremadamente culta, pero llevándolo son sencillez, sin ápice de altanería.

          ¿Habéis visto alguna vez a alguien que disfruta a tope con la comida? No un tragaldabas, sino la clase de persona que paladea cada bocado, que se deleita con cada matiz, que se ilumina con cada tenedorada, como si en vez de alimentos ingiriera felicidad. ¿A que da gusto ver comer a una persona así? Bueno, pues esa es la impresión que me produce leer a Elena: me transmite la felicidad de la lectura.

          Pues bien, Elena Rius ha publicado hace poco una antología de artículos llamada El Síndrome del Lector (Trama Editorial, 2017), un libro que reúne todas las virtudes de su blog. Por cierto, se me olvidaba, entre esas virtudes está la de ser muy divertida. Elena combina el rigor intelectual con curiosas anécdotas literarias. Por ejemplo, ¿sabíais que James Joyce tenía una hermosa voz de tenor y se ganaba en parte la vida cantando en fiestas? ¿O que los hermanos Goncourt dijeron sobre Verlaine: “Maldito sea ese Verlaine, ese borrachuzo, ese pederasta, ese asesino, ese acojonado al que le entra de vez en cuando el miedo del infierno y se caga en los pantalones...”? (Parece un tweet, no me digáis que no) Bueno, pues el libro de Elena os cuenta eso y mil cosas fascinantes más.

          Como decía antes, no conozco personalmente a Elena Rius, aunque hemos intercambiado mensajes electrónicos con frecuencia. De hecho, ni siquiera tengo muy presente su auténtico nombre, porque “Elena Rius” es el seudónimo tras el que se oculta la editora y bibliómana María Antonia de Miquel. No, nunca nos hemos visto, pero como asiduo visitante de su blog, tengo la sensación de que no solo la conozco, sino que es una amiga.

          En cualquier caso, lo cierto es que su libro es una delicia.