Los escritores, igual que los actores,
somos mentirosos profesionales. De hecho, entre ambas dedicaciones hay más
similitudes de lo que a simple vista parece. Mi buen amigo y excelente escritor
Rafael Marín comentó en cierta ocasión que lo que hacen los actores -interiorizar
y representar personajes- lo hacemos los escritores constantemente. En efecto,
cada vez que desarrollamos un personaje lo interiorizamos y nos convertimos en
él, sólo que lo hacemos mentalmente y lo expresamos con palabras en vez de con
el cuerpo. Como todos los personajes de una novela no pueden ser iguales, el
autor debe fingir ser diferentes personas, incluso personas diametralmente
distintas a él. Y ahí está la clave: toda creación artística es un fingimiento.
Centrándonos en la literatura, cabría
pensar que en las páginas de una novela hay un destilado de la personalidad del
escritor, pero no siempre es así, y desde luego nunca del todo. Lo que
realmente encontramos en una novela es una muestra del talento de un autor para
fingir. Y ese fingimiento puede tener muy poco que ver con la auténtica
personalidad del escritor. Por ejemplo, en el caso de los intérpretes podemos
ver a un actor homosexual aparentando ser un ardiente heterosexual, y viceversa.
O a un actor que en la vida real es un hijo de puta, convertido en el ser más
bondadoso del mundo.
Cuando admiramos a un artista queremos
creer que su calidad humana es proporcional a su talento profesional, pero no
siempre es así. Lo curioso es que eso sólo se lo aplicamos a los artistas, pero
no a otros profesionales. De un ebanista no esperamos que sea buena persona,
sino que nos haga un buen mueble, igual que lo que le pedimos a un médico es
que nos cure, no que nos dé ejemplo de santidad.
Es decir, lo importante es la obra, no
el creador. Pero a los artistas, quizá por ser personas más o menos públicas,
se les aplica otro baremo. Y realmente no debería ser así. Vamos a ver, Louis-Ferdinand
Céline simpatizaba con los nazis; Lewis Carroll y Charles Chaplin eran
pederastas; Picasso abusaba emocionalmente de sus parejas: Dickens era adúltero
y, por lo visto, una persona insoportable. Vale, pero nada de eso le quita ni
un ápice de valor a Viaje al fin de la
noche, a Alicia en el País de las
Maravillas, a Tiempos modernos, al
Guernica o a Casa desolada.
Puede que lo que realmente nos
perturbe es preguntarnos cómo es posible que gente con tanta sensibilidad para
el arte tenga tan poca para su vida privada. Pero es que se trata de ámbitos
distintos que no deberíamos mezclar (salvo que el propio creador los mezcle,
claro). El artista necesita y usa la
sensibilidad para crear; es decir, para fingir. Pero como ser humano... en fin,
sólo es eso: un ser humano, con todas sus flaquezas. Porque en el arte se puede
ensayar, se puede abocetar, se puede quitar y poner, se puede pensar y
repensar, se puede rehacer y corregir. Pero en la vida real no. ¿No sería
estupendo poder corregir nuestra vida pasada, igual que se corrige el borrador
de una novela? Quitaríamos todos los errores cometidos, nos haríamos más inteligentes
y honestos, procuraríamos que todo fuese más interesante, le daríamos sentido y
estructura a nuestra existencia. ¿Comprendéis? Así funciona el arte, pero no la
vida.
Esto viene a cuento porque la semana
pasada murió uno de los mejores humoristas de las últimas décadas. Y no, no me
refiero a Chiquito (lamento su muerte, pero no me hacía ni pizca de gracia). Estoy
hablando del norteamericano Louis C K, que no ha muerto como persona, pero sí
como creador y artista.
Louis C K es un monologuista
norteamericano del estilo de Bill Maher o Jerry Senfield. Se caracteriza por un
humor políticamente muy incorrecto, muy ácido y muy brillante. Pero bueno, no
pasaría de ser un excelente cómico, del nivel de los antes citados, si no fuera
por su serie de TV Loui, que lo sitúa
a la altura de los genios.
Loui,
producida por FX entre 2010 y 2015, consta de 61 episodios de veinte minutos de
duración. En cada episodio se mezclan fragmentos de monólogos con retazos de la
vida de Loui, un humorista interpretado por el propio Louis CK, divorciado y
con dos hijas pequeñas. Definir esta serie es imposible; no hay argumento, ni
sketchs, ni chistes tipo sitcom. Son viñetas donde se contempla la vida
cotidiana con ironía, humor y un puntito, casi inapreciable, de tristeza. Y
también, sobre todo en las últimas temporadas, con poesía. Al principio, Loui
puede desconcertar un poco, por la sencilla razón de que se trata de algo nuevo
y distinto a cualquier otra cosa vista en TV, pero en cuanto le pillas el
tranquillo te atrapa sin remedio.
Para quienes no conozcáis esta serie,
un par de ejemplos. El primero, conocido como el “discurso de la chica gorda”,
trata de una chica (gorda) que insiste en salir con Loui porque le gusta como
humorista. Loui se resiste, porque la chica no le parece atractiva, pero al
final accede. Mientras pasean, Loui le dice que no está gorda. Y ella le
responde con un monólogo tan lúcido como luminoso. Podéis verlo pinchando
AQUÍ.
En el segundo ejemplo, Loui está medio
enamorado de una vecina, una violinista de la Europa del este que no habla
inglés. Loui regresa a casa con su hija, que vuelve de clase de violín, y se
encuentran con la vecina. La mujer y la niña hablan distintos idiomas, pero
encuentran una manera de comunicarse. Si queréis verlo pinchad AQUÍ.
¿Os hacéis una idea de qué va la
serie? Si no la habéis visto, probablemente no. Pero creedme: es condenadamente
buena.
Pues bien, la semana pasada salió a la
luz pública que cinco mujeres, cinco empleadas de Louis C K, le acusaban de
abuso sexual. Al parecer, el humorista les pidió permiso (a cada una por
separado, supongo) para cascársela delante de ellas. Temiendo por su empleo
porque él era el jefe, ellas accedieron, y Louis C K procedió a meneársela.
Abuso de autoridad, sin duda alguna. Louis C K ha pedido perdón, dice que no
era consciente de estar intimidando a esas mujeres. Pero da igual; todos sus
contratos se han cancelado, sus series se han retirado y su carrera como
creador y humorista ha concluido. Kaput. Por eso decía antes que uno de los
mejores humoristas actuales ha muerto.
Vale, lo que hizo Louis C K está muy
mal y quizá se merezca el castigo de hundir su carrera y ver su nombre
arrastrado por el fango. Él solito se lo ha buscado. Pero ése del que estamos
hablando es el Louis C K real, el hombre de carne y hueso, el tipo que en
realidad se llama Louis Szekely. El problema es que hay otro Louis C K, el
fingidor, el creador, el humorista dotado de una exquisita sensibilidad. Y
ambos van en el mismo paquete.
Lamento que Louis C K abusara de esas
mujeres; lo lamento por ellas, porque debió de ser una experiencia denigrante.
De ser unas profesionales a verse convertidas en trozos de carne ante los que
cascársela... Muy mal.
Pero también lamento no volver a ver Loui ni nada igual de original y
brillante. Lamento verme privado del talento de ese patético pajillero, de ese
genio del humor.