jueves, abril 23

50 sombras de César



            He observado que, en ciertos blogs, sus gestores dedican alguna entrada a contar un número X de cosas sobre sí mismos. ¿Y eso a quién le importa?, me preguntaba yo. Sin embargo, hoy (o mañana) pensaba escribir una entrada sobre Podemos; pero es un asunto complejo que me iba a llevar bastante tiempo y tengo otras cosas que hacer. Así que, para pasar un rato con vosotros, he decidido contaros 50 cosas sobre mí que quizá no conocíais, y que sin duda no tenéis la menor necesidad ni interés en conocer. Pero a lo mejor sois unos cotillas (yo lo soy), así que ahí van mis tontas confesiones:

             1. Los escritores rusos me deprimen.

             2. Me encantan los sandwiches de jamón y queso.

             3. Si dejo caer un brazo por el borde de la cama me entra muy mal rollo (de pequeño pensaba que había alguien debajo y me iba a agarrar la mano).

             4. Tengo un olfato espléndido. Soy un poco sabueso.

             5. No tengo paciencia para.... en fin, para casi nada, salvo para escribir.

             6. Me gustan los niños; aunque ahora, después de haber tenido hijos, bastante menos que antes.

             7. Me gustan los perros; sobre todo los mastines y los setter.

             8. Me da grima tocar pescado con escamas.

             9. No soporto el ballet clásico, pero sí el contemporáneo.

            10. El color que más me gusta es el violeta.

            11. Y el que menos, el color salmón (¡puag!)

            12. Cuando me siento en el trono del señor Roca tengo que leer algo.

            13. Me gusta la música celta.

            14. No me gusta el vino.

            15. Mascar chicle me pone de los nervios. Y verlo mascar también.

            16. Mis pintores españoles favoritos son Goya, Picasso y Juan Gris.

            17. No me gusta nada comer con los dedos.

            18. Adoro los helados, pero sin tropezones.

            19. En realidad, adoro la leche y todos los derivados lácteos.

            20. Mis quesos favoritos son el manchego, el parmesano y el emmental.

            21. Sólo me he pegado a puñetazos una vez en mi vida. Tenía quince años y estaba en el colegio. Gané yo, por si os lo estabais preguntando.

            22. Me encanta el ajedrez, pero soy un infame jugador.

            23. El juego que mejor se me da es el reversi (u Othello), y pese a ello soy un jugador mediocre...

            24. Me gustan las bebidas muy frías. Todas las noches, cuando me acuesto, dejo en la mesilla un vaso de agua helada con cantidad de cubitos de hielo (sea verano o invierno).

            25.Tengo los brazos más largos de lo que correspondería a mis proporciones. En fin, no voy rozando el suelo con los nudillos mientras camino, pero tengo un piazo brazos. (Ahora que lo pienso, quizá por eso gané mi única pelea a puñetazos).

            26. No puedo tener las manos quietas. Cuando estoy viendo la tele, o en el cine, tengo que estar doblando papelitos o jugueteando con cualquier cosa.

            27. Me gusta el boxeo, pero no me permito verlo. Es una salvajada.

            28. Soy tintinófilo.

            29. La estación del año que más me gusta es el otoño.

            30. No aguanto que me dé demasiado el sol. Prefiero los baños de sombra.

            31. Me encantaría saber tocar el violín, pero soy un negado para la música.

            32. Si pudiese comenzar de nuevo, sería escritor de viajes.

            33. No soporto a la gente vanidosa.

            34. En realidad me llamo César Enrique, pero me horroriza ese nombre compuesto (con lo guay que es simplemente “César”...).

            35. No tiro nada. Soy una hurraca.

            36. Detesto todo lo relacionado con la tauromaquia. No solo me parece una horterada, sino que además me revuelve las tripas.

            37. Me gusta más el norte que el sur, las brumas del Atlántico que el sol del Mediterráneo (y eso que nací en sus costas).

            38. Soy muy poco aficionado a la poesía. Los escasos poetas que me gustan son los más narrativos. Antonio Machado, por ejemplo.

            39. De jovencito era muy tímido. Aún lo soy en ciertos aspectos (pero en otros –la mayoría- parezco justo lo contrario).

            40. En general, no me gusta la clase social a la que pertenezco. Aunque, bien pensado, creo que no me gusta ninguna clase social...

            41. En lo más profundo de mí mismo, me considero anarquista. Pero sé que ésa es una aspiración imposible.

            42. Llevo utilizando prácticamente desde que nací la misma colonia: 1916, de Myrurgia.

            43. Mi desayuno favorito consta de cruasanes y pan tostado con mantequilla y mermelada de melocotón. Pero habitualmente sólo me tomo un café con leche.

            44. No soporto que me den la lata. Puedo ser muy brusco con los pesados.

            45. Soy ciclotímico. Ahora estoy arriba, ahora estoy abajo. A veces, ambas cosas a la vez.

            46. Me jode que me cuenten los argumentos de películas o libros. ¿A quién le importa sólo el argumento? De hecho, jamás cuento las tramas de mis libros.

            47. Detesto a la gente que usa la debilidad como herramienta para conseguir sus fines.

            48. Pero aún detesto más a los prepotentes y los abusones.

            49. Escucho muy poquita música. Y jamás trabajando.

            50. En general, tengo un carácter... digamos que complicado.

jueves, abril 16

Pepa



            Pocas veces he hablado aquí de María José, mi mujer, más conocida en la familia como Pepa. Y no porque yo no quiera, sino porque ella no quiere. Dice, más o menos, que si yo no tengo pudor en mostrar en público mis intimidades, le parece muy bien, pero que no la meta a ella en esos turbios asuntos. Y tiene razón, así que hasta ahora me he limitado a mencionarla ocasionalmente. Pero hoy, mira por dónde, le voy a dedicar esta entrada. Con discreción, claro, que si no me la cargo.

            Pepa es una donostiarra nacida en La Coruña (igual que yo soy un madrileño nacido en Barcelona). Es decir, que nació en Galicia pero, siendo un bebé, su familia se trasladó a San Sebastián, donde pasó su infancia y primera juventud. Luego, en los 70, vino a Madrid para acabar la carrera, y aquí se quedó. Comenzó su vida profesional vendiendo seguros (si puedes vender un seguro de vida, puedes vender cualquier cosa), pero rápidamente pasó al mundo del marketing, y de ahí al sector publicitario. Y eso es ahora, una reputada y excelente directiva publicitaria.

            Además, es una mujer inteligente, culta, con fuerte personalidad, gran sentido del humor y un irresistible encanto personal. Encima, es guapísima, elegante y sexy. Pero sobre todo, posee la rara virtud de soportarme a mí; que no es fácil, amigos míos, nada fácil.

            Aparte de todo eso es una luchadora por la igualdad de derechos y oportunidades de la mujer. Hace unas semanas, Pepa fue invitada por la Comunidad de Madrid a dar una conferencia en el ciclo "Mujeres, el camino hacia el éxito". Su charla trataba sobre las mujeres en la publicidad, y llevaba por título Persuasoras y persuadidas. La vida secreta de las marcas. ¿Os apetece echarle un vistazo?

Pues entonces pinchad

            Y así comprobaréis la suerte que tengo.

lunes, abril 6

Generando género



            Al final de la anterior entrada comentaba que hay que apoyar El Ministerio del Tiempo porque esa serie abre en España un camino que puede ser muy fructífero. ¿Por qué?

            Vale, vamos a hablar de “ficción”, pero con esa palabra voy a englobar cine y literatura, dejando aparte las restantes formas narrativas. Mi tesis es la siguiente: el tamaño y alcance de la “gran ficción” de un país depende del tamaño y alcance de su ficción de género. Un país, por tanto, con escasa ficción de género, será un país con escasa gran ficción.

            Centrémonos ahora en la literatura. Podríamos dividirla siguiendo la pauta de las clases sociales: La aristocracia sería la alta literatura (Tolstoi, Cervantes, García Márquez, etc.); la clase media sería la buena literatura de género (Graham Greene, Ray Bradbury, P. G. Wodehouse, etc.); la clase baja sería los best sellers más adocenados (Dan Brown, E. L. James, Juan José Benítez, etc.); y el lumpen la literatura de kiosco (Marcial Lafuente Estefanía, Lester Dent, Luis García Lecha, etc.).

            En la dinámica social, al menos en teoría, la clase media es fundamental para que exista el flujo interclasista. Por ejemplo, mi abuela paterna era cocinera de clase baja. Mi padre, escritor de clase media alta. El abuelo paterno de mi mujer era agricultor. El padre de mi mujer, catedrático universitario. Es decir, para ascender en la escala social es indispensable que exista una clase media.

            Pues con la literatura pasa lo mismo (ya he hablado aquí de este asunto, pero lo repetiré). Imaginemos un joven aficionado a leer a Dan Brown, Federico Moccia y engendros similares. ¿De repente empezará a leer a Tolstoi, a Borges o a Philip Roth? Bueno, quizá; pero es altamente improbable. Lo normal sería que pasase a Ken Follet (que es mediocre, pero infinitamente mejor que Brown), luego a Jim Thompson, luego a Stephen King, luego a Graham Greene, luego a Ballard... y así hasta llegar a García Márquez y el resto del canon. En fin, los autores pueden ser otros, pero entendéis la idea, ¿no? El proceso de avanzar en la calidad y complejidad de la lectura es gradual, y para pasar de lo peor a lo mejor hace falta un puente. Y ese puente es la literatura de género.

            Pero, ¿por qué género? ¿Acaso no existe una clase media literaria no genérica? Bueno, sí, más o menos... pero ¿qué demonios son los géneros literarios? Relatos agrupados en base a unos patrones temáticos comunes. Vale, la cosa es más compleja; pero dejémoslo así. Por otro lado, habría  relatos que no comparten patrones temáticos con ninguna otra obra, ¿no? Pues bien, ¿cabe pensar que hoy en día, después de más de tres milenios de creación literaria, alguien publique una novela que no encaje con ningún patrón preexistente? Permitid que me ría. Cualquier novela que se escriba podría encajar con un género, si ese género tuviera nombre. Por ejemplo, podría haber un género “Posguerra Civil”, o “Vuelvo al Pueblo y Recupero mis Raíces”, o “Mira Qué Bien Escribo Aunque No Cuente Nada”, o “Fíjate en lo Profunda que es Mi Vida Interior”, o “Qué Chunga es la Familia”... En fin, hay muchísimas posibilidades. Lo que pasa es que esos posibles géneros no tienen nombre, porque carecen del tirón necesario para que existan colecciones especializadas en ellos y sea necesario llamarlas de alguna forma.

            Es decir, sólo se le pone nombre a los géneros más populares. Lo cual no significa que los géneros sean intrínsecamente buenos, por supuesto. Al menos el 90% de la producción de cualquier género es basura. Pero queda un maravilloso 10% compuesto por buenas novelas de género, que ante todo son buenas novelas a secas, sin adjetivos. Pero buenas novelas que cuentan con el atractivo adicional de pertenecer a un género con tirón para un nutrido grupo de lectores. Por ejemplo, Fulanito es aficionado a la ciencia ficción y suele leer space operas. Pero un día lee las Crónicas Marcianas de Bradbury (porque es ciencia ficción) y descubre que la literatura puede ser otra cosa mucho más interesante. Gracias al género y sin proponérselo, Fulanito habrá evolucionado como lector. Por eso la literatura de género es un puente muy eficaz para pasar de la clase baja a la alta.

            Eso respecto a los lectores. Con los autores pasa algo parecido, aunque no igual; pero sería largo de exponer y no quiero enrollarme (más).

            Pues bien, en España la literatura de género autóctona no ha gozado de buena salud desde hace mucho tiempo (con honrosas e incluso notables excepciones) y hasta hace muy poco. Básicamente se limitaba a las novelas de quiosco y poco más. En cuanto al cine, tres cuartos de lo mismo. El género rey era (es) la comedia, y los demás géneros, en general, solo existían en producciones de serie B (o Z).

            Podría decirse que el cine español era, básicamente, o comedias (en general casposas) o “de autor” (signifique esto lo que signifique). Lo malo es que el público le había vuelto la espalda, hasta el punto de que el término “cine español” era despectivo. Pero las cosas están cambiando. El año pasado, por primera vez, las dos películas más taquilleras en España fueron españolas: Ocho apellidos vascos (comedia) y El niño (thriller). Además, entre las diez primeras también figuraba La isla mínima (otro thriller). ¿Y cuál es la película española más taquillera de todos los tiempos? Los otros (terror).

            De hecho, si nos fijamos en las películas españolas más destacadas de los último tiempos, comprobaremos que la mayoría son de género (salvo las de Almodovar, que es un género en sí mismo). Abre los ojos (ciencia ficción), Celda 211 (trhiller), Rec (terror), El orfanato (terror), Grupo 7 (thriller), Ágora (peplum), El laberinto del fauno (terror), Lo imposible (catástrofes), Buried (trhiller)... La consolidación de nuestro cine se está generando en torno al género.

            Para comprobar el poder de la ficción de género, vamos a examinar un caso foráneo. ¿Qué sabíais hasta hace muy poco de la actual literatura escandinava? Respuesta: nada o muy poquito. Sin embargo, ahora las librerías están llenas de novelas de autores escandinavos. En su inmensa mayor parte, thrillers. El boom de la novela negra escandinava, que comenzó con Mankell y eclosionó con Larsson, multiplicándose después en decenas de autores distintos (todo ello, por cierto, en países con muy pocos habitantes; aunque, eso sí, altísimos porcentajes de lectura).

            El éxito de la literatura de género escandinava se trasladó a su cine –por las adaptaciones-, y luego a la TV. De repente, Dinamarca –un país con poco más de cinco millones y medio de habitantes- se ha convertido en uno de los principales productores de series de TV de Europa, con éxitos como Forbrydelsen (adaptada en USA bajo el título The Killing), o Bron/Broen (The Bridge en USA), ambas thrillers. Pero también tenemos ejemplos de otros países nórdicos, como Wallander o Los crímenes de Fjällbacka, ambas suecas y ambas thrillers. Y, por supuesto, otros géneros, como Borgen (drama político) o 1864 (drama histórico).

            En resumen: la buena ficción de género eleva el nivel cultural de los lectores/espectadores, consolida la industria (editorial y audiovisual), tiene proyección internacional y aumenta la calidad global de la ficción de un país.

            Por eso hay que apoyar, como decía en la anterior entrada, a El Ministerio del Tiempo. En primer lugar, porque demuestra que aquí también podemos hacer las cosas bien. Y, en segundo lugar, porque marca el camino para conseguir que las series españolas se sacudan la caspa de décadas y entren en esa edad de oro de las ficciones televisivas, que hasta ahora parecía haber pasado de largo por nuestro país.

            Aunque claro, para eso no basta tan solo con recurrir al género. Hace falta algo más. ¿Qué? Daré una pista: el control sobre El Ministerio del Tiempo no lo ejercen los productores ni los realizadores, sino sus guionistas, los hermanos Olivares. Ésa es la gran enseñanza que nos ha brindado HBO: si quieres aumentar la calidad del producto, dale el poder a los guionistas. Pero eso, amigos míos, daría para otro post.