Estoy contento de que hayan perdido
las elecciones los que las han perdido, pero no me siento especialmente feliz
por quienes las han ganado. Es decir, me alegro de que gobierne una opción
progresista, pero desconfío de las personas que la encabezan. Sin duda, Pedro
Sánchez ha protagonizado una proeza política: pasar del destierro, traicionado
por los suyos, al trono. Eso daría para el argumento de una película de
Hollywood. La moción de censura que derribó al rajoyato, los decretos sociales
durante su escaso año de gobierno, el propósito de trasladar el cadáver de
Franco… Me quito el sombrero, sin duda Sánchez es un maestro de la táctica, un
prodigio de tenacidad. Pero todavía no he escuchado de sus labios una idea
nueva ni una estrategia para mejorar el país y el paisanaje.
Lo bueno ha sido que ahora conocemos
la verdadera fuerza de Vox, que no ha sido tanta como nos temíamos. Aunque
estremece comprobar que en España hay 2.676.950 personas que aún viven en el
cuaternario, no me digáis que no. El peligro de Vox, ahora, es su capacidad de
influencia siendo un partido bisagra que, cómo en Andalucía, resulte
determinante para la gobernación de la derecha. Pero no creo que crezca mucho
más; probablemente ha alcanzado su techo electoral. Pero, ojo, siendo como es;
porque si cambia…
Vox es un partido nostálgico del
franquismo, un partido anclado en el pasado, un partido de cazadores y toreros,
de señoritos a caballo y tonadilleras. Huele a rancio, no ofrece nada capaz de
entusiasmar a nadie que no esté previamente dispuesto a entusiasmarse con esa
clase de fantasías autoritarias añejas. Para que un partido de extrema derecha
pueda crecer electoralmente, necesita que le voten personas que no son de
ultraderecha. Para ello, ha de disfrazarse, prescindir de los rasgos fascistas
clásicos y aparentar modernidad.
El ejemplo más cercano es el Frente
Nacional francés. Mientras estuvo liderado por Jean-Marie Le Pen fue un partido
de ultraderecha de toda la vida, no escondía lo que era y tenía un limitado
techo electoral. Pero luego llegó la hija, Marine Le Pen, y se puso a lavarle
la cara al partido eliminando de su imagen los estilemas de la vieja
ultraderecha. ¿Y qué pasó? Pues que Marine rompió el techo y compitió con Emmanuel
Macron en la segunda vuelta de las presidenciales. El año pasado, Marine Le Pen
siguió limpiando la imagen de su partido cambiándole el nombre, que ahora es Agrupación
Nacional. Todo lo cual no significa que ya no sea la extrema derecha. Lo es,
pero intenta no parecerlo.
Así pues, mientras Vox siga
pareciendo lo que es no habrá demasiados problemas. Pero el día en que veamos
que sus actuales líderes de pandereta son sustituidos por otros más
presentables, al menos en apariencia, y que el partido empieza a transformarse
en otra cosa, ese día tendremos que preocuparnos de verdad.
Podría hablar ahora de Casado, de
Rivera y de Iglesias, pero no me apetece. Este grotesco guiñol en que se ha
convertido la política española da mucha pereza.
Pero se avecinan otras elecciones,
amigos míos, y como vivo en Madrid voy a referirme exclusivamente a Madrid. El
PP presenta como candidata a presidir la Comunidad a Isabel Díaz Ayuso. No la
conocía ni dios, pero últimamente se ha hecho famosa por las gilipolleces que
suelta. En su momento dijo que estaba «al
lado de Vox, no enfrente», pero no son sus filiaciones políticas lo que me
alarma, sino sus manifiestas carencias intelectuales. Esa mujer no está
preparada ni para dirigir un puesto de castañas, así que una comunidad ni te
cuento. Que el PP se atreva a proponer a semejante iletrada me parece un
insulto a los ciudadanos. Creo que Díaz Ayuso junto con Suarez hijo son dos de
los políticos más bobos que he visto.
Imagino, o quiero imaginar, que no
hay mucha gente dispuesta a votar a un partido que ha robado en la comunidad a
manos llenas, y menos a una señora tan absolutamente inepta. Pero quién sabe,
los votantes siempre me desconciertan. El caso es que existe la posibilidad de
que esa inútil llegue a gobernar (mirad lo que pasó en Andalucía). Por tanto,
vota. No contra el fascismo (aunque también), sino contra la estupidez.
Y no te olvides de las elecciones
europeas, porque es en Europa donde se va a definir nuestro futuro.
Resumiendo: vota, coño; sobre todo
si vives en Madrid.