Durante el proceso de creación de
una novela hay cuatro momentos clave, al menos según mi humilde experiencia. El
primero se produce cuando por fin tienes clara la idea en la cabeza; todavía no
has escrito nada, pero ya has ideado el argumento y los personajes. Y todo es
perfecto en tu mente: eso es sobre lo que quieres escribir, no hay duda, porque
es una idea cojonuda. En ese instante eres como un caballo de carreras en
boxes, ansioso por salir a galopar.
El segundo momento sobreviene cuando
has escrito más o menos la mitad del libro y eres un mar de dudas. Ya has
perdido el ímpetu inicial, ya no estás tan seguro de si merecía la pena
escribir sobre eso, ya has perdido la perspectiva. Pero sigues adelante
confiando en tus planes iniciales (aunque ahora dudes de ellos) y en tu
profesionalidad. Ya no escribes con el corazón, pero sí con el cerebro.
El tercer momento llega cuando has
acabado de escribir la novela. Y tienes la insidiosa sospecha de que es el
mayor fiasco de la historia de la literatura, una mierda sin precedentes, el
peor texto jamás escrito. Ya no hay dudas: has fracasado César, asúmelo. Luego,
poco a poco, la depresión se te pasa, porque siempre piensas lo mismo y, qué
demonios, no todas tus novelas son una porquería.
El último momento tiene lugar cuando
la novela ya se ha publicado y llegan a casa los ejemplares que te corresponden.
Ahí tienes en las manos tu texto convertido en un libro de verdad, con todo lo
que tiene que tener un libro. Hace mucha ilusión, sobre todo al principio de tu
carrera. Pero yo ahora lo veo con cierto derrotismo, porque tu historia está
ahí, inamovible. La han publicado, hay miles de ejemplares distribuidos; ya no
puedes cambiar nada. La suerte está echada.
Bueno, pues así estoy yo ahora,
contemplando un ejemplar de La Hora Zulú,
que es la tercera parte de las Crónicas
del Parásito, después de La
estrategia del parásito y Manual de
instrucciones para el fin del mundo. Acaba de publicarse y ya está en las
librerías.
Como he contado alguna vez, publiqué
el primer libro en 2012. En él planteaba una amenaza que, en aquel momento, me
pareció insoluble. El libro termina con un final abierto que conduce a un
enlace de internet donde un video da a entender que no hay esperanza. También
dejaba a los dos protagonistas en una situación lamentable.
Pasaron los años y por algún motivo
volví a pensar en la historia. ¿Realmente era una amenaza contra la que no se
podía luchar? Si se me ocurría alguna solución debía partir de algo que ya
apareciese en la primera novela, no de un deus
ex machina sacado de la manga. Y se me ocurrió. Le propuse a Gabriel
Brandariz, gerente editorial de SM, completar el primer título con otras dos
novelas para componer una trilogía, y aceptó.
Las Crónicas del Parásito son un tecno-thriller, o una obra de ciencia
ficción ambientada en el presente. La trilogía cuenta una historia continuada,
pero cada tomo hace hincapié en temas específicos. El primer título, La estrategia del parásito, trata sobre
los peligros de Internet y sobre lo que podría ocurrir si alguien controlara la
Red. El protagonista y narrador de la historia, un inocente universitario, las
pasa canutas cuando alguien que no conoce decide por razones ignotas convertir
su vida en un infierno utilizando todos los recursos de Internet. La acción
abarca dos semanas y tiene lugar básicamente en Madrid.
El segundo título, Manual de instrucciones para el fin del
mundo, continua la historia y se centra en lo frágil, por compleja, que es
nuestra sociedad. Al ser Miyazaki una amenaza mundial, el escenario se amplía y
la acción se desarrolla en Inglaterra, España, Estados Unidos, Francia, Japón…
El último título de la trilogía, La Hora Zulú, trata sobre la
inteligencia artificial y sus consecuencias. Y concluye la historia con un
final aparentemente feliz que en realidad es agridulce. Por cierto, la “Hora
Zulú”, o Tiempo Universal Coordinado, es la medida temporal de referencia en el
ejército cuando se trata de coordinar diversas operaciones simultáneas. Se
corresponde con la hora del meridiano de Greenwich. Como curiosidad, tanto en el
anterior título como en este, mi mujer (Pepa) y yo aparecemos como personajes
secundarios.
En conjunto, he pasado más de dos
accidentados años escribiendo esta trilogía. ¿Ha valido la pena? No lo sé; eso
tendrán que decidirlo los lectores. En lo que a mí respecta, ya está, se acabó;
ya me he quitado esa historia de la cabeza. Ahora, a otra cosa.