Otra vez Halloween, mi fiesta pagana
favorita. Cada año, al llegar esta fecha, escribo un post explicando por qué me
gusta, cuál es su origen, qué significa o cómo llegó a España, así que no me
voy a repetir. Si a alguien le interesa, puede buscarlo en los Archivos de
Babel.
Uno de los errores más frecuentes respecto
a esta celebración consiste en afirmar que Halloween es una fiesta yanqui. Pero, como todos sabemos, en realidad procede de las islas británicas y surgió en la Edad Media.
No obstante, el Halloween que hoy conocemos ha adoptado algunos elementos
norteamericanos. Pero ¿cuáles son originales y cuáles adquiridos en USA?
Como bien sabéis, Halloween procede
del antiguo festival de Samhain, una fiesta que marcaba el final de la cosecha
y el fin de año celta (su significado en gaélico es “fin del verano”). Era una
festividad dedicada a la muerte, pues se decía que la noche del 31 de octubre
al 1 de noviembre, el más allá y el más acá se conectaban, de forma que los
muertos deambulaban entre los vivos. Por desgracia, no tenemos mucha idea de
cómo se celebraba el Samhain.
Pero algo sabemos: Duraba tres días.
Se encendían grandes hogueras. Se vaciaban nabos y ponían dentro velas,
convirtiéndolos en lamparillas. Como se creía que los muertos llegarían con
hambre y podrían devorar a los vivos, se dejaba comida fuera de casa para que
los muertos se saciaran y no se merendaran a nadie. Y poco más. (También se realizaban actividades
adivinatorias, pero se ignora en qué consistían)
Así pues, los disfraces de
fantasmas, zombis y monstruos provienen de la tradición original. El resto de
los disfraces (brujas, hombres lobo, Frankenstein, etc) no son más que una
extensión del concepto básico de muerte y terror.
La costumbre de regalar alimentos
(golosinas, galletas, pasteles...) también procede de la tradición original (se
dejaba comida a los muertos). Sabemos que en el primitivo All Hallows' Eve (de
donde deriva el término Halloween), los chavales iban de puerta en puerta (pero
sin disfraces) pidiendo dulces. Esa idea de dar alimentos a los muertos, aparte
de curiosa, se trasladó sibilinamente al cristianismo protestante. Por ejemplo,
las soul cakes, galletas de almas, el dulce típico del Día de Todos los Santos
en Inglaterra. Por cada una que te comas, salvas un alma del purgatorio. En la
católica España tenemos los huesos de santo -un dulce muy gore-, los buñuelos o
los panellets. Y en muchas partes, castañas asadas.
Con las calabazas encontramos la
primera injerencia yanqui (aunque no tanto). Al parecer, cuando los emigrantes
irlandeses llevaron a América la fiesta de Halloween, se encontraron con que
había pocos nabos, pero muchas calabazas (a fin de cuentas, esta es la época de
su cosecha). Además, qué demonios, mola mucho más una calabaza tallada con
forma de rostro monstruoso que un nabo-lamparilla. Por otro lado, la calabaza
se relaciona con la leyenda irlandesa de
Jack-o’-lantern, que acabó mezclándose con Halloween.
La segunda injerencia yanqui es el
“truco o trato”, trick-or-treat. En
realidad, debería traducirse como “travesura o dulce”. Es decir: o me das
golosinas o te puteo. Esta tradición surgió en Estados Unidos y procede de la
cara más fea y salvaje de Halloween. A finales del XIX y principios del XX, se
convirtió en una fiesta extraordinariamente popular que consistía, básicamente,
en que los chavales hacían travesuras. Pero sucedió que niños de los barrios
pobres iban a los barrios ricos y, en un ejercicio de lucha de clases, montaban
tales pifostios que las travesuras se convirtieron en un vandalismo que iba
desde romper ventanas a pedradas hasta descarrilar tranvías o provocar incendios. Como era imposible
erradicar Halloween, y como no quedaba bien organizar redadas policiales para
detener a niños pequeños, alguien tuvo una gran idea: el soborno, o el
auto-chantaje.
En el fondo es lo mismo que sucedía
cuando los vikingos sitiaban una ciudad amurallada. Las autoridades salían y le
decían al Olaf de turno: Si no nos masacráis, torturáis y violáis, os daremos
cuantiosos tesoros. A principios de los años treinta, al llegar Halloween, una
panda de golfillos iba con afán destructivo a un barrio lujoso y se encontraba
a las amas de casa en las puertas de sus viviendas, dispuestas a llenarles los
bolsillos de golosinas a cambio de que no les destrozaran las ventanas ni les
tiraran huevos. Los chavales, más hambrientos de dulces que de justicia social,
aceptaban encantados. Luego la costumbre se generalizó y de ahí vino lo de
truco o trato.
Aunque Halloween procede de las
islas británicas, el Samhain se celebraba en otras partes de Europa, incluyendo
la España celta. Por eso, en nuestro país hay muchas viejas tradiciones que
recogen todos los elementos de Halloween, menos el trick-or-treat. Por ejemplo, considerar la noche del 31 al 1 como “noche
de brujas” o “noche de ánimas” (es la noche en que la Santa Compaña deambula
por Galicia). O el tallado de calabazas y nabos para convertirlos en linternas.
O los niños pidiendo dulces o castañas. O los disfraces.
De hecho, a tenor de los últimos
acontecimientos en Cataluña, me he planteado una cuestión: ¿No será que los CDR
están celebrando un largo Halloween? Pensadlo: Salen por la noche; van
disfrazados con máscaras y capuchas; encienden hogueras, como en Samhain; hacen
travesuras... La única diferencia es que, en lugar de “truco o trato”, dicen “independencia
o barricadas”, pero en el fondo es lo mismo. Así que propongo una idea: que la
policía, en vez de darles porrazos, les den chucherías. Igual así se calman.
Queridos amigos, os deseo un atroz y terrorífico
Halloween.