El humor siempre ha sido muy
importante para mí, tanto en mi vida personal como en mi producción literaria.
Supongo que se debe en parte a que mi padre y mis hermanos tenían un gran
sentido del humor. También hay que tener en cuenta que en mis lecturas
favoritas de infancia y primera juventud hay gran cantidad de humoristas:
Richmal Crompton, Mark Twain, Enrique Jardiel Poncela, Wenceslao Fernández
Flórez, Miguel Mihura, P. G. Wodehouse, Evelyn Wough, Fredric Brown, Joseph
Heller, Robert Sheckley... Eso por no hablar de todas las comedias
cinematográficas que he disfrutado, desde Chaplin hasta Woody Allen, pasando
por los Marx Brothers, Berlanga o Billy Wilder. Mi primer trabajo fue como
colaborador de La Codorniz, una
revista de humor.
En mi vida personal el humor es
omnipresente, porque creo que eso, el humor, es uno de los mejores lubricantes
sociales que existen. Es difícil no simpatizar con alguien que te hace reír.
Pero, ¿yo hago reír? Pues por lo que he podido comprobar, sí. Quienes me
conocen consideran que tengo sentido del humor. Yo también lo creo, pero,
claro, no soy objetivo.
Sin embargo, aunque mi sentido del
humor suele funcionar, en ocasiones me encuentro con personas a las que no les
hago la menor gracia. Bromeo con un desconocido y él se me queda mirando con
desconcierto, o con cara de palo y una ceja levantada, como si yo fuera
gilipollas. ¿Por qué sucede esto? ¿Esa persona no tiene sentido del humor? Es
posible. Pero también puede ser que su sentido del humor no conecte con el mío.
No todos nos reímos de lo mismo.
El humor es una senda al borde del
precipicio. De entrada, el humor tiene una dificultad intrínseca: a diferencia
de cualquier otro género (salvo, quizá, la pornografía), debe producir una
respuesta física en la persona que lo recibe: sonrisa o risa. Podemos leer o
ver un drama y conmovernos sin necesidad de llorar. Pero si vemos o leemos un
producto humorístico y no nos provoca siquiera una sonrisita, algo falla. Por
otra parte, para reírte con alguien tienes que compartir ciertos referentes
culturales. Por ejemplo, mucha gente se descojona con Los Morancos, pero se
aburre con Woody Allen. Los primeros representan el humor más primario, mientras
que el segundo es el paradigma del humor intelectual. Además, la diferencia de
calidad es objetivamente notoria.
Pero no se trata sólo de calidad.
Pondré mi propio ejemplo: Creo que soy una persona medianamente culta dotada de
sentido del humor. Sin embargo, hay humoristas ampliamente reconocidos por la
crítica, y muy valorados por personas en cuyo gusto confío, que me dejan frío.
Por ejemplo, Tom Sharpe no me hace ni pizca de gracia, y La conjura de los necios, de John Kennedy Toole, sólo logra provocarme
cierta repugnancia. ¿Significa eso que Sharpe y Toole son malos humoristas? Ni
mucho menos; lo que eso quiere decir es que entre las estructuras culturales de
ambos escritores y las mías hay algo que no encaja. Eso es todo.
Por otro lado, existen, como decía
antes, personas que carecen por completo de cualquier clase de sentido del
humor. Y algo sutilmente más insidioso, y mucho más frecuente: personas que,
aun reconociendo el humor, lo consideran algo menor y sin importancia. Su lema
vendría a ser: “Si te hace reír, entonces es banal”.
Pues bien, teniendo en cuenta todo
eso, siempre he sido muy precavido al emplear el humor en mis novelas.
Entendedme: en casi todo lo que escribo, aunque sea dramático, siempre hay toques
de humor. De hecho, es uno de mis rasgos de estilo. Pero pocas veces he escrito
novelas humorísticas al 100 %. Y cuando lo he hecho, he salido escaldado.
En realidad, mi única novela
básicamente de humor es El viajero
perdido. La presenté al premio Gran Angular y no ganó. Más tarde, Elsa
Aguiar, la entonces directora editorial de SM, me contó que a parte del jurado
le había gustado mucho y optaban por premiarla, pero por lo visto uno de los
jurados se negó en redondo a otorgarle el galardón a lo que él consideraba una
estúpida payasada. Curiosamente, es una de las novelas donde más ideas he
metido. Pero en clave de humor, ay.
Hace tres años, Care Santos me pidió
un cuento para una antología dedicada a celebrar el segundo centenario del
nacimiento de Charles Dickens. Diez escritores escribiendo cada uno un relato
ambientado en una pensión llena de fantasmas. La idea para el relato se me
ocurrió inmediatamente: ¿Qué pasaría si los fantasmas de Cuento de Navidad se confundieran de persona y de época? Así surgió
Cuento de verano, una historia
absolutamente humorística. De hecho, una historia inspirada en el estilo de uno
de mis humoristas favoritos: P. G. Wodehouse. Humor en estado puro, sin mensaje
ni más propósito que provocar la risa.
Fue uno de los cuentos más
celebrados de la antología. Algunos reseñistas incluso me daban las gracias por
haberles hecho reír tanto. Aunque mi opinión no cuenta, es uno de los tres o
cuatro cuentos de los que más orgulloso estoy. Por eso lo incluí en Trece monos.
Pues bien, hace poco apareció una
crítica en un blog (no diré nombres), y el bloguero consideraba Cuento de verano como el relato más
decepcionante de la antología, y lo calificaba de mero “chiste alargado”.
Supongo que, si el cuento no hubiera
sido puesto a prueba antes, tan tajante y negativa opinión me habría deprimido.
Pero me costa que el relato funciona. Hace unas semanas estuve en una reunión
del club de lectura de la librería Estudio en Escarlata, y la primera historia
que salió a colación fue ese cuento, mostrándose todos unánimes en lo mucho que
les había hecho reír. Otras reseñas calificaron el relato de “hilarante” o
“desternillante”. Sé, por pura estadística, que Cuento de verano no es un chiste alargado, sino un buen relato de
humor.
Entonces, ¿por qué el bloguero fue
tan contundente en cargárselo? ¿Porque carece de sentido del humor? (él mismo
dice que los cuentos de la antología que peores le parecen son los
humorísticos). No lo creo. Seguro que el bloguero tiene sentido del humor;
pero, sencillamente, el suyo no encaja con el mío, igual que el mío chirria con
Sharpe o Toole.
No obstante, yo nunca me atrevería a
decir que Sharpe o Toole son malos humoristas, pese a que no me hagan reír. Ambos
son buenos escritores y tengo muchos motivos para pensar que si no me río con
ellos no es por su falta de calidad, sino por cuestiones estrictamente
personales. Pero bueno, estamos hablando de un blog, así que se supone que está
impregnado de subjetividad, igual que Babel.
En realidad, esto es un ejemplo de
cierto principio que, como escritor, descubrí hace mucho: Es imposible gustar a todo el mundo. No hay nada que hacer; por
bueno que seas, siempre habrá alguien que desdeñe lo que haces. Y no me refiero
sólo a mí, o a cualquier otro escritorzuelo, sino a las mismísimas cumbres de
la literatura. Y para probarlo, leed estas reseñas extraídas de El ojo crítico, un divertido libro sobre
opiniones equivocadas.
De
poetas, no digo; buen siglo es éste. Muchos en ciernes para el año que viene,
pero ninguno hay tan malo como Cervantes, ni tan necio que alabe a don Quijote.
Lope de Vega
(Hamlet) es una obra bárbara y vulgar que no hubiese sido tolerada por el más
salvaje populacho de Francia o Italia... Podría imaginarse que esta pieza es la
obra de un salvaje borracho.
Voltaire
Lo
siento, Mr. Kipling, pero, sencillamente, no sabe cómo utilizar el lenguaje.
San Francisco Examiner
(Ana Karenina es) basura sentimental... Muéstrenme una sola
página que contenga una idea.
The Odessa Courier
Por supuesto, no pretendo compararme
a esos genios, sino simplemente ilustrar que nadie, absolutamente nadie, puede
gustarle a todo el mundo. Y si se trata de humor, todavía menos.
Aun así, no pienso renunciar al
humor. Seguiré utilizándolo, tanto en lo que escribo como en mi trato con las
personas. ¿Sabéis por qué? Pues porque creo que cuando hago reír a alguien, soy
mejor persona. En realidad, estoy convencido de que lo mejor de mí mismo, lo
más noble y honesto, son mi imaginación y mi sentido del humor. Porque ambas
cosas son buenas para mí y para los demás.
Hace años, una merodeadora se puso
en contacto conmigo a través del e-mail del blog para darme las gracias. Me
contó que tenía muchos problemas, tanto laborales como personales, y que estaba
muy deprimida. Pero había leído un post de Babel y, por primera vez en mucho
tiempo, había olvidado sus problemas, aunque sólo fuera durante unos minutos, y
se había reído. Por eso me daba las gracias.
Hacer reír al que sufre. Pocas cosas
más bonitas se me ocurren. Y si sigo así voy a acabar creyéndome una ONG, así
que mejor será que pare aquí.