El pasado fin de semana leí en el
periódico una noticia que me dejó pensativo: Zelda Williams había regresado a
Twitter tras haberlo abandonado. ¿Quién es Zelda Williams? Pues la hija de
Robin Williams.
Un inciso: Me habría gustado
comentar aquí el trágico fallecimiento de ese actor, pero como a veces Babel
parece más un obituario que un blog, me abstuve. El caso es que Williams tenía
la rara capacidad de conmoverme y, si bien no simultáneamente, sacarme de
quicio. Me ponía de los nervios en películas como Jack, Flubber o Patch Adams, pero lograba enternecerme
en El club de los poetas muertos, Despertares o El rey pescador. En conjunto, me caía bien; me parecía un buen tipo
y, según cuentan, lo era.
Volvamos a Zelda. ¿Por qué dejó
Twitter? Porque, tras el suicidio de su padre, comenzó a recibir en la red
social comentarios anónimos insultando al actor, acusándole de cobarde y
poniéndola a ella misma a parir. Incluso le mandaron fotos trucadas donde
aparecía Williams con aspecto de cadáver en medio de una autopsia.
Vamos a ver: Muere una persona de
forma dramática, su única hija, como es lógico, está destrozada... y hay gente
que lo único que se le ocurre en esas circunstancias es intentar que la pobre
chica sufra aún más. ¿Pero qué clase de personas son esa gentuza? Unos
mayúsculos hijos de puta, está claro. Y unos gilipollas, como veremos.
Lo que nos conduce a los trolls, esa
morralla que, amparada en el anonimato, se dedica a molestar en Internet. Es
decir, personas cuya forma de divertirse consiste en hacer sufrir a los demás.
Eso tiene un nombre, ¿no? Hace poco leí un artículo sobre ellos; según un
estudio realizado por psicólogos de la universidades canadienses de Manitoba,
Winnipeg y British Columbia, el 5’6% de los internautas encuestados reconocía
abiertamente que disfrutaba “trolleando” a los demás. Dado que sólo la mitad de
quienes navegan por la Red participan activamente, el número de trolls real
debe de rondar el 10% de los usuarios activos. Parece poco, pero es muchísimo.
El estudio señala que los trolls
dedican una media de 11 horas semanales a fastidiar a la gente. Había uno en
concreto que reconoció dedicar 79 horas a la semana a trollear; es decir el
doble de una jornada laboral semanal. Los psicólogos señalan que los rasgos básicos
de la personalidad de estos esforzados vocacionales del mal son psicopatía,
narcisismo, maquiavelismo y sadismo, siendo este último el más relevante. Pues
bien, a mi entender algo falla aquí.
Vamos a ver, se considera que el 1%
de las personas son sádicos puros. Ese mismo porcentaje, el 1%, corresponde a
los psicópatas. Pero supongo que ambas categorías se solapan, así que a lo sumo
habrá un 1’5% de personas que son o sádicos, o psicópatas, o ambas cosas a la
vez. Un porcentaje muy alejado del 10% de los trolls. Así pues, hay alrededor
de un 8’5% de trolls que no padecen ninguna parafilia ni ningún trastorno de la
personalidad; personas normales que, sin embargo, disfrutan haciendo el mal.
¿Cómo es posible esto? Yo creo que hay varios motivos.
En primer lugar, la gilipollez. Como
reza el llamado Principio de Hanlon: “No atribuyas a la maldad lo que puede ser
explicado por la mera estupidez”. Según las Leyes Fundamentales de la Estupidez
Humana, de Carlo M. Cipolla, “Una persona estúpida es aquella que causa
pérdidas a otra persona o grupo de personas sin obtener ninguna ganancia para
sí mismo e incluso incurriendo en pérdidas”. Es decir, los trolls. Convendréis
conmigo en que el porcentaje mundial de gilipollas supera con creces el 10% (no
me atrevo a aventurar una cifra, porque la
Primera Ley Fundamental de Cipolla impide la atribución de un valor numérico a
la fracción de personas estúpidas respecto del total de la población. Cualquier
estimación numérica resultaría ser una subestimación). Evidentemente, no
todos los tontos se orientan hacia el mal; supongo que la mayor parte no se
orientan en ningún sentido concreto y sólo algunos acaban cayendo en el
trolleo. ¿Por qué lo hacen? Pues, como suele ocurrir con las motivaciones de
los capullos, sencillamente porque sí.
El segundo motivo es la
deshumanización de la Red. Estoy seguro de que la mayoría de los trolls serían
incapaces de decirle a la gente a la cara las monstruosidades que sueltan por
Internet. Y no solo por temor a las represalias (eso lo veremos después), sino
por empatía. Sólo el 1% de la población (los psicópatas) carece de empatía. Por
tanto, la mayoría de los trolls son empáticos en mayor o menor grado.
Pero para que la empatía funcione es
preciso que antes reconozcas al otro como ser humano, lo cual se produce
automáticamente cuando lo ves cara a cara. Pero eso no ocurre en Internet; lo
que tienes delante es un nombre, un nick, una foto a lo sumo. Es muy fácil
deshumanizar algo así. De modo que la empatía se desconecta y puedes decirle
cualquier barbaridad a algo que no percibes como un ser humano, sino como una
entelequia, una entidad tan abstracta como Super Mario, por ejemplo.
El tercer motivo es el anonimato. De
entrada, por la impunidad; puedes hacer y decir lo que te venga en gana sin
consecuencias, pues nadie sabe quién eres. Pero creo que la cuestión va mucho
más allá. Ya sabemos los efectos sobre la psique que tienen los disfraces y las
máscaras. Perdemos nuestra identidad y podemos transformarnos en lo que
queramos. Pero las personas no somos una única cosa; de hecho, interpretamos
distintos papeles según las circunstancias. A grandes rasgos, nos dividimos en
el personaje público, que se relaciona con la gente en general, el personaje
privado, que se relaciona con su círculo más íntimo, y el yo secreto, que no se
lo mostramos a nadie. Diferentes aspectos para la misma persona.
Cuando interpretamos al personaje
público, procuramos ofrecer la mejor imagen de nosotros mismos; potenciamos (o
inventamos) nuestras virtudes, y ocultamos nuestros defectos. Se trata de
nuestro yo más inhibido, pues está sujeto a una serie de convenciones sociales
que no nos atrevemos a vulnerar por temor al rechazo.
Pero al ponernos una máscara, al
ocultar nuestra identidad, podemos mandar al cuerno al yo público, con todas
sus inhibiciones, y dar rienda suelta a otras facetas de nuestra personalidad
que por lo general no mostramos. Es decir, dejamos en libertad a nuestro yo
secreto, ese ente situado en lo más profundo de nuestro interior donde
ocultamos lo que no queremos que nadie vea (a veces ni nosotros mismos). Ahora
bien, ¿por qué ocultamos ciertos aspecto de nuestra personalidad? Puede ser por
fragilidad, porque lo que escondemos es tan sensible que un simple roce ajeno
podría dañarnos. Pero también puede ser por vergüenza, pues hay facetas
nuestras tan bochornosas que no queremos que nadie las vea. Por ejemplo, ese
profundo resentimiento que algunos alimentan en su interior, porque piensan que
el mundo es injusto con ellos; la rabia de sentirse menospreciados, el ansia de
poder, el rencor, la envidia... Pulsiones y sentimientos profundamente
negativos que habitualmente guardamos bajo llave. Ese es el monstruo que, a
veces, dejamos suelto cuando enmascaramos nuestro yo público. ¿Y qué es
Internet sino un inmenso baile de máscaras?
Quizá sea porque me estoy haciendo
viejo, pero cada vez siento más desconfianza hacia la humanidad, cada vez me
gusta menos. Entendedme, por supuesto que hay personas estupendas, gente con la
que da gusto estar y de las que puede aprenderse mucho. Pero por cada persona
de esa clase hay nueve que sólo me inspiran desinterés, en el mejor de los
casos, o repugnancia y miedo en el peor. La humanidad da asco; y cuando digo “humanidad”
me incluyo a mí mismo, y el primero de la fila (a fin de cuentas, conozco mi yo
secreto).
Como suele decir un buen amigo mío,
somos monos malos, los simios más cabrones de todos. Porque una especie que es
capaz de producir ejemplares como los hijos de puta que disfrutaron
atormentando a una pobre chica que se acababa de quedar huérfana, no es una
buena especie.
33 comentarios:
Buenísimo tu artículo. Me quise suscribir al blog, pero no funcionó el enlace ¿me orientan?
Como es lógico, nunca me he suscrito a mi propio blog (ni a ningún otro, si vamos a eso), así que no tengo ni idea de cómo se hace. ¿Podría algún amable merodeador ayudar a Abigail?
Totalmente de acuerdo.
Demasiado tiempo libre y conexión a internet a gran velocidad en manos de ciertos ejemplares fomentan esos comportamientos.
Excelente artículo. No en vano una de las Reglas de Internet es : "No alimentes a los trolls".
Y en paz descanse Robin Williams.
Muy buen artículo, como siempre. Como ya han dicho por aquí, lo mejor es sin duda no hacer caso a los trolls y bloquearlos, el problema viene, como le ocurrió a la hija de Robin Williams, es cuando esos trolls son cientos o incluso miles... En fin, esta es la sociedad en la que nos ha tocado vivir y, nos guste o no tenemos que acatar con ello.
Un Cordial Saludo,
A.A.
Abigail: Para poderte suscribir antes César tiene que activar esa opción asi que, César si la quieres activar he visto este tutorial que tiene pinta de ser bastante fácil ( http://www.mamaquieroserblogger.com/2013/01/como-activar-la-suscripcion-por-mail.html )
Un Saludo!
A.A.
Está claro que el ser humano en el anonimato es más malo que públicamente, por razones obvias. Internet ofrece una protección, una coraza, que no solo te aísla de las personas a las que atacas, es que además te entran ganas de atacarlas (me refiero, naturalmente, a las personas que sufren esa paranoia). Sucede exactamente lo mismo con el coche: personas que tienen un comportamiento normal, en cuanto se ven dentro de su vehículo se convierten en energúmenos capaces de insultar, ponerse excesivamente agresivos sin que haya justificación, incluso a poner en peligro la vida de otros y la suya propia. Es lo que el profesor Anton Limat llama, el SCG (síndrome del conductor gilipollas).
Bueno, esto último me lo he inventado pero era para dar un toque de erudición a lo que digo.
A.A.: Hay muchos merodeadores suscritos al blog, así que debo de tener activada esa opción...
Samael: ¿Estás seguro de que el gran sabio Anton Limat no dijo eso? Vale, Limat no existe; pero tampoco existe Dios, y sin embargo escribió un best seller (La Biblia).
Para Abigail:
Pues yo me enorgullezco de ser un fiel seguidor de La Fraternidad de Babel. Y el método que seguí para estar al tanto de sus publicaciones, fue copiar y pegar su URL (o dirección de internet. O sea, http://fraternidadbabel.blogspot.com.es ) en la pestaña "AÑADIR" que aparece en mi blog. Pero si no tienes un blog, también puedes probar con estas otras diez maneras --> http://abcblogs.abc.es/weblog/public/post/10-formas-de-seguir-un-blog-15729.asp/
Así no se te escapará ninguna de las entradas que se publican por aquí.
Para quien quiera leerlo:
Y, ya que estoy merodeando un rato, aprovecharé para alabar una vez más la clarividencia de César. Creo que no se puede radiografiar mejor la estupidez humana. Se nota que fuiste a la misma clase que Samael y que os empapasteis hasta las cejas con la sabiduría del profesor Limat. Así que dejad de negar su existencia, porque seguramente os estará leyendo por internet desde su butaca. Y se sentirá dichoso al comprobar que algo llegó a transmitir. Eso sí, bajo el anonimato de su nick.
Bueno, yo no tengo ni "tuiter", ni "feisbuc", ni siquiera "guasap" y por lo general ahora me da mucha pereza escribirme con gente que no conozco. El motivo para ello, entre otros, es que al parecer según he leído por ahí y al menos en una de sus acepciones soy un cínico, aunque según la RAE un cínico es un señor que no se lava mucho. Pero en lo que a mí concierne, el motivo para creer que cultivo una cierta personalidad cínica es que no confío mucho en la virtudes del género humano en general (aunque afortunadamente me he encontrado con muchas personas en particular que merecen mucho la pena, quizá de un modo similar al que tu mencionas en el artículo) y prefiero, para no andar todo el día cabreado, tomarme las cosas con humor, ironía y a veces, cuando soy demasiado patoso, con sarcasmo... cosa que a mis amistades y conocidos les mosquea y divierte a partes iguales, creo, zanjándose la cosa con un «jajaja pero que cabrón». Nunca me han llamado troll, pero he tenido que explicar unas cuantas veces que estaba bromeando y en alguna ocasión me han dejado ojiplático por no comprender el aludido alguna tontería inocente o evidentísima.
Con esto quiero decir que para dirigirte a personas que no tienes cara a cara no solo no has de desprenderte de esa máscara que mencionas si no que has de fabricar una para que te comprendan o al menos te toleren. Esto cansa y aburre, con lo cual si escribir ya no resulta divertido, si no se puede ser uno mismo pues deja uno de escribir, que para aguantar idiocias ya hay bastante con los aledaños más inmediatos. Puede que por lo tanto un porcentaje de esos trolls lo sean porque los receptores de sus mensajes tienen la piel muy fina o la neurona muy suelta.
Las atrocidades del “tuiter” ya son otra cosa. Materia de hijoputas, enfermedad mental… ¿Qué coño tiene que tener en la cabeza un personaje de estos para manipular una imagen, puede que invirtiendo mucho tiempo con un programa informático, para mostrar a una hija el cadáver de su padre en la sala de autopsias? Me recuerda mucho al vaso de vómito que menciona Harlan Ellison en su famoso artículo; Xenogénesis.
La misantropía aumenta con la edad porque la naturaleza nos hace más sabios, o eso espero...
la verdad que como especie somos bastante peligrosos...y como individuos unos cabrones de cuidado,
y estúpidos para colmo.
Mazarbul
Como es lunes por la mañana y estoy muy perrón me limito a hacer un copia y pega de lo que escribí en esta entrada:
Mi visión respecto a lo que sucede en twitter es un poco más sencillo. Pongamos que la proporción, tirando por lo bajo, de gilipollas (¿puedo decir gilipollas?) en este país es de uno a mil. Así a bote pronto nos salen unos 40000 (cuarenta mil), todos los cuales tienen twitter, porque hemos pasado, como se decía en mi época, del "No hay parto sin dolor, ni hortera sin transistor" al "No hay mercado sin fruteros, ni gilipollas que no sea tuitero" (Vale, el eslogan no es muy bueno pero a esta hora de la mañana no se me ocurría otro mejor)
Lo que sucede es que lo que antes decía el tonto del pueblo, no salía de la barra del bar y ahora... pues sucede lo mismo, salvo que la aldea, ahora sí, ya es global.
Mi solución: pues todo aquel que tenga un IQ superior al de un grillo que no tenga twitter, y que si lo tiene se dé de baja inmediatamente, por propia higiene mental.
Del resto, pues ya se sabe: osa cuestionar algo en contra del pensamiento único o plantea algo políticamente incorrecto y atente a las consecuencias.
En cuanto a tus cálculos permíteme señalarte lo que, en mi opinión, es un pequeño error:
el 5’6% de los internautas encuestados reconocía abiertamente que disfrutaba “trolleando” a los demás. Dado que sólo la mitad de quienes navegan por la Red participan activamente, el número de trolls real debe de rondar el 10% de los usuarios activos.
El troll no es un internauta al uso. Su razón de ser, vivir, respirar es trollear; por lo tanto un troll siempre participa activamente, nunca se esconde, nunca dejan de comentar. Por eso no podemos considerarlo dentro de ese 50% oculto que usa la red pero no participa en ella. Ese 5,6% de gente que disfruta trolleando es, ni más ni menos, el número total de trolls. De manera que tu 10% se puede reducir a uno más razonable, aunque elevado, del 6%.
Mazcota: Nos has pillado, tienes razón: todo lo que Samael y yo pensamos y decimos proviene en realidad de nuestro gran maestro Anton Limat. De hecho, creo que no hemos tenido una sola idea original en los últimos 40 años. Afortunadamente, el profesor Limat no tiene Internet, así que ignora nuestro continuo plagio.
Samael: Nos han descubierto. Será mejor tirar la máscara y reconocer abiertamente, con valentía, que somos Anton Limat.
Javier Díaz: Es cierto, hay muchos que son incapaces de percibir la ironía, gente impermeable al humor. En fin, nadie está libre de meter la pata en la Red, pero hay algo que distingue a los trolls: su insistencia, su perseverancia, su digna de mejor causa tenacidad.
Números: Tienes razón; los trolls son, por definición, usuarios activos de Internet. En cualquier caso, ese 6% sigue siendo enorme.
Y ahora me toca discrepar de una de las cifras que mencionas. ¿Sólo el uno por mil de las personas son gilipollas? Ojalá, amigo mío, ojalá. En fin, la primera ley de Cipolla impide concretar un porcentaje de idiotas, porque toda estimación sería una subestimación. Pero es que te has quedado cortísimo...
Sí, Mazcota nos ha descubierto, no podemos seguir fingiendo.
Recuerdo grandes descubrimientos del profesor Antón Limat (por ejemplo, que la impotencia sexual nunca podrá ser hereditaria) y siempre me viene a la cabeza nuestro querido Jose Mari, incondicional del profesor.
Para César y Samael:
Os pido disculpas a los dos. Me da la sensación que os ha podido molestar mi comentario y os aseguro que no era esa mi intención. La tontería que he escrito sólo quería dar a entender que si somos como somos es, en gran parte, por la educación y valores que nos han transmitido. Ya sean familiares, profesores o Anton Limat. En ningún momento he llegado ni tan siquiera a pensar que plagiéis o no seáis capaces de pensar por vosotros mismos. Y si lo ha parecido, pido de nuevo disculpas.
Mazcota: Este es uno de los problemas de Internet: puedes transmitir las palabras, pero no el tono. Tanto Samael (me atrevo a hablar en su nombre) como yo tomamos tu comentario como el que es: una simpática broma con la que señalabas la similitud de ideas entre nosotros. Similitud totalmente real, porque Samael y yo somos amigos desde hace más de medio siglo. Así que te respondimos siguiendo la broma... pero ahora veo que nuestras respuestas podían parecer un sarcasmo, y no es así en absoluto.
Querido Mazcota, perdónanos tú por confundirte. En ningún momento nos tomamos a mal tus palabras; todo lo contrario, nos pareció una broma divertida y lo único que pretendíamos es... pues eso, seguir la broma.
Mazcota, me sumo a lo que ha dicho César (no es tan frecuente que estemos de acuerdo al cien por cien). Simplemente hemos seguido la broma pero es eso: seguir la broma. De hecho, a mí por lo menos, me encantaría ser como el profesor Antón Limat. Por una sencilla razón, porque es un invento de nuestra infantil imaginación, compartido por César, un servidor y el mencionado Jose Mari, otro compañero de locuras.
Puedes sentirte orgulloso de haber entrado en la fraternidad del profesor Antón Limat y sus descalabros.
Es un placer, además, que nos hayas descubierto nuestra verdadera identidad (por seguir con la broma).
Abigail, para suscribirte al blog de César puedes utilizar el enlace de Atom que hay en la página principal, abajo del todo. Vas a fraternidadbabel.blogspot.com.es y, abajo del todo, haces clic en
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Aparte de los psicópatas y gilipollas, están los que solo buscan llamar la atención. Trollean porque los trolls destacan, y la gente les presta atención y les contesta. Y cuanto más les contestan, más trollean.
Como ha dicho Sebastián, lo mejor que se puede hacer con ellos es no alimentarlos.
Carlitos: Bueno, pero eso que describes parece un comportamiento bastante gilipollas, ¿no?
Para César y Samael:
Pues me alegra que todo haya sido un malentendido, aunque, en cierto modo, me merezco este pequeño bochorno. Esto me pasa por meter las narices donde no debo, por más que fuera inconscientemente. De todas formas, la próxima vez que lea algo sobre Antón Limat, me cuidaré de intervenir y, si se me ocurre mencionarlo, será con pies de plomo. Ya veo que el influjo de este hombre puede causar estragos en quien no conoce la dimensión de su leyenda.
Nelson Mandela y el genocida más atroz que se nos ocurra invocar pertenecen a la misma especie. No. No somos simios malos, los más cabrones de todos, etc. Ese es un tópico poco explicativo e incorrecto que se invalida porque si fiera cierto hace tiempo que nos habríamos auto-extinguido en vez de estar a punto de extinguir al resto de nuestros parientes primates. Lo cierto es que una parte no muy grande son hijos de puta y otra parte, desgraciadamente tampoco muy grande somos altruistas. al teoría de juegos evolutiva explica como ambas estrategias dominan según convenga a las circunstancias y así hacer pervivir a nuestra especie.
Un saludo, consciente de que me he salido del tema, pero detesto ese tópico que no lleva a ninguna parte.
Mazcota: Pero hombre, si ahora eres, como ha señalado Samael, un miembro de pleno derecho del "Círculo Limat". ¿Qué significa eso? Pues, básicamente, que puedes atribuir cualquier chorrada que se te ocurra al gran sabio Antón Limat. Nosotros solíamos tildarle de filósofo, pero si quieres puede ser un científico, un místico o un cantante de tangos, lo que prefieras.
Lansky: ¿Crees que la bondad y la maldad están distribuidas a partes más o menos iguales? Yo no. Mira, los seres humanos somos básicamente egoístas. ¿El egoísmo es lo mismo que la maldad? Supongo que no, pero sin duda es la semilla del mal. En general, el egoísmo humano suele transformarse en mezquindad, que es, por así decirlo, una variante light del mal.
El verdadero problema del mundo creo que no son tanto los hijos de puta (que, como dice Lansky, no creo que sean tantos) como aquellas personas que, sin ser malas, no se enfrentan activamente al mal.
"El mal triunfa cuando los hombres buenos miran a otro lado", creo que era el dicho, y sospecho que ése es el verdadero problema, no los impulsos realmente malignos (que esos, creo que son dominantes en un porcentaje muy escaso de nuestra especie) sino la "tibieza moral", el no querer comprometerse, el mirar a otro lado cuando un matón hace una bravuconada en lugar de pararle los pies la primera vez que intente asomar la cabeza del tiesto.
No tanto maldad, quizá, como debilidad moral. Es más dañina, a largo plazo, porque crea un territorio abonado para que los hijos de la gran puta salgan impunes.
Rudy: Bueno, creo que en el fondo coincides en lo que digo en mi anterior comentario. No se trata tanto de maldad como de mezquindad, y la mezquindad es caldo de cultivo para los grandes hijos de puta.
La relación entre maldad y estupidez me interesó desde que leí "Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal" de Annah Arendt. El motivo, que explicaba muchas cosas a las que no encontraba explicación hasta entonces.
Un artículo clarividente que suscribo. Solo retocaría algo: usted pone en primer lugar la estupidez, en segundo la deshumanización, en tercero el anonimato. Pero lo dos primeros, si no son lo mismo, están muy vinculados porque ¿quién llega a deshumanizar a un ser humano solo porque no le ve la cara si no es estúpido de solemnidad? ¿No le parece?
Saludos
"Lansky: ¿Crees que la bondad y la maldad están distribuidas a partes más o menos iguales?". No, no locreo y además no lo he dicho.
Lansky: Por eso lo preguntaba.
Continúo mi merodeo por tu blog, y me he llevado una nueva y grata sorpresa. Nuevamente veo mis propias palabras escritas por mano de otra persona. Como tú, la humanidad, también me ha decepcionado, la especie humana, esta vez conmigo a la cabeza, no merece más que su propia extinción por no haber sabido aprovechar la oportunidad que la evolución le ha brindado, porque además creo que hemos llegado al punto de no retorno, desde el que no es posible el arrepentimiento y el borrón y cuenta nueva. Veo que te "preocupa" o al menos te da que pensar este tema despues de leer tu novela corta "Naturaleza Humana" y de leer tu entrada en el blog. No se porqué, pero lo de mal de muchos, consuelo de tontos, funciona como un placebo y ver que hay gente que piensa de forma similar a la tuya te anima. Gracias por decir en voz alta lo que piensas y darnos un empujón a los demás para hacer lo mismo.
José Ramón: Vaya, no me imagino lo que debe de ser leer el blog de seguido, un post detrás de otro... Vas a acabar hasta las narices de mí. Respecto al tema de esta entrada, en efecto, no tengo muy buena opinión de la humanidad; algo que, como bien señalas, dejo patente en la novela corta "Naturaleza humana".
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