¿Os habéis parado alguna vez a
pensar por qué existe el sentido del humor? No es una pregunta retórica; está
claro que en algún momento, durante el proceso evolutivo que nos condujo de la
rama de un árbol a los cómodos asientos en que ahora nos aposentamos, apareció
el humor. Y se quedó con nosotros para siempre, lo que demuestra que el humor
tiene alguna utilidad para la supervivencia de la especie. Pero, ¿cuál? Una
posible respuesta es que la risa alivia el dolor. Me refiero al dolor físico,
porque está demostrado que cuando te ríes tu umbral del dolor se eleva; pero
también, y sobre todo, al dolor moral.
Un momento: ¿Sólo los humanos
tenemos sentido del humor? Pues nadie lo sabe a ciencia cierta, pero yo diría
que sí. Incluso diría que el humor es uno de los principales rasgos
distintivos del ser humano. Y no me vengáis diciendo que tenéis un perrito o
un gatito que son la monda de graciosos, porque tenemos una gran tendencia a
atribuir emociones humanas a actitudes animales que nada tienen que
ver.
Lo que sí se ha demostrado es que
muchos animales, cuando están a gusto, emiten ciertos sonidos característicos.
Por ejemplo, cuando los chimpancés se lo pasan bien prorrumpen en una especie
de jadeo. Y se cree que nuestra risa no es más que una evolución de ese jadeo
simiesco. Pero, atención, una cosa es hacer “ha-ha” cuando estás disfrutando, y
otra muy distinta hacer “ha-ha” cuando lo estás pasando fatal. De hecho, eso
último parece absurdo, ¿verdad? La explicación, supongo, es conductista. Si cuando
estás bien te ríes, si te ríes –aunque no tengas motivos- tiendes a estar bien
(o, al menos, mejor).
Los humanos somos los únicos
animales conscientes de que, hagamos lo que hagamos, vamos a morir. Lo cual es
muy chungo; no lo de morirse, sino lo de saberlo por anticipado. La muerte es
terrible e inevitable y, ante ella, sólo caben cuatro opciones. Una de esas
opciones es el humor, reírse de la muerte. No vale para nada práctico, pero
alivia.
Permitidme poner un ejemplo extraído
de mi vida. Yo tenía 19 años cuando mi padre se suicidó. Su muerte fue un
mazazo para mí, me dejó hecho mierda. Esa misma tarde vinieron a verme unos
cuantos amigos, y yo, sin proponérmelo, me puse a bromear y a hacer chistes.
Recuerdo las caras de desconcierto de mis amigos –supongo que pensaban que me
había vuelto loco, o que era un monstruo-, pero yo no podía parar de bromear,
lo necesitaba, era imprescindible. Y no porque la risa me hiciese sentir bien
(eso era imposible), sino porque la risa me ayudaba a no sentirme peor, a no
volverme loco de pena, a no desmoronarme. La risa, como tantas otras veces a lo
largo de mi vida, me salvó.
Hace poco, en un excelente blog
amigo, se comentaban una serie de libros en los que sus autores relataban el
proceso emocional que habían seguido ante la pérdida de un ser querido. La
gestora del blog decía que la lectura de esos libros podía ser un alivio para
quienes sufren una pérdida similar. Yo escribí un comentario diciendo que no,
que quizá fueran un alivio para quienes los escriben, pero no para quienes los
leen. La encantadora bloguera refutó mi opinión con sólidos argumentos, y yo no
respondí. No porque me convenciese, sino porque a lo mejor se trataba de que yo
soy un tío raro. Porque ante una pérdida terrible no quiero leer historias
terribles. Quiero leer a Woodehouse, y a Jardiel Poncela, y a Mark Twain, y a
Evelyn Waugh, y ver películas de los Hermanos Marx, y de Woody Allen, y de Billy
Wilder. Ante un suceso terrible quiero reírme, porque la risa será el bálsamo
de urgencia que empezará a curar las heridas. Y si no lo consigo, si ante la
muerte no logro desplegar el abanico del humor, entonces habré fracasado y
comenzaré a estar yo también un poquito muerto.
Joder, qué serio me estoy poniendo.
Parece un contrasentido... Pero es que, en el fondo, el humor es algo muy
serio. A fin de cuentas, el humor no es más que un punto de vista distinto
sobre la tragedia.
Hasta ahora he hablado del humor
como escudo, pero el humor también puede ser una espada. La ironía y el
sarcasmo, esas son las principales armas del humor. Y son armas tremendas,
poderosísimas. Si tu enemigo se alza, metafóricamente, sobre un pedestal (y
todos los enemigos lo hacen), no será necesario que le ataques; bastará con que
socaves su pedestal.
Una anécdota (probablemente
apócrifa) de Winston Churchill puede ilustrar este punto. Estaba Churchill
dando un discurso en el parlamento, cuando una diputada de la oposición le interrumpió
y le dijo: “Señor ministro, si Vuestra Excelencia fuese mi marido, yo pondría
veneno en su taza de té”. Churchill la miró fijamente, se quitó las gafas y
respondió: “Y si yo fuera su marido, señora, me tomaría ese té”. ¿Qué puedes
hacer o decir ante esa respuesta? Pues nada, salvo enrojecer, sentarte y no
volver a abrir la boca durante todo el debate. Porque el humor no te derriba;
sencillamente, te desarma.
Decía unos párrafos más arriba que,
ante la inexorabilidad de la muerte, sólo caben cuatro opciones. Una es
procurar olvidarnos de ella; sabemos que la vamos a palmar, pero no pensamos
mucho en ello (todos lo hacemos, no me digáis que no). Otra posibilidad es
desear la muerte, aunque eso no está al alcance de todos, claro. La tercera
alternativa, como ya he señalado, es reírnos de la muerte. ¿Y la cuarta? Pues
negar, contra toda evidencia, la muerte. Es decir, tu cuerpo físico acabará
convertido en polvo, sí, pero la parte sustancial de ti mismo, la supuesta
alma, sobrevivirá e irá a otro lugar o se reencarnará. Lo que sea, pero tú vas
a estar ahí para verlo, aunque hayas renacido en forma de cucaracha.
Alguien, no recuerdo quién, dijo:
“La tumba de los hombres es la cuna de los dioses”. O sea, que inventamos las
deidades para dar una salida a nuestro miedo a morir. Esta frase, aunque no es
del todo cierta, si resulta bastante aproximada. Pues bien, paradójicamente,
dos de nuestras opciones para vencer al temor a la muerte -el humor y la religión-
son incompatibles entre sí. Dios y la risa no casan bien.
En el fondo es lógico. Por un lado
tenemos el concepto de “dios”. Un ser tan poderoso que, literalmente, puede
hacer contigo lo que le venga en gana no invita precisamente a la broma, sino
más bien al acojone (por eso los creyentes le dan tanta coba). Por otro lado está la actitud mental de los creyentes.
Porque creer en cosas increíbles supone dejar de lado la racionalidad y
zambullirte en una emocionalidad tan íntima que no admite el menor
cuestionamiento. “Si atacas a lo que creo, me estás atacando a mí”. Y no hay
nada que hiera tanto a quienes albergan ideas absurdas que la risa. La burla
duele más que los insultos.
Eso no quiere decir, por supuesto,
que los creyentes no tengan sentido del humor, sino que los creyentes son
incapaces de aplicar el humor a lo que consideran sagrado y, por tanto,
intocable. No obstante, cuanto más ciegamente creyente seas (cuanto más
fanático seas), menos sentido del humor tendrás, porque para los fanáticos todo
es sagrado. A fin de cuentas, de eso va El
nombre de la rosa; de la incompatibilidad entre la fe y la risa.
Todo esto viene a cuento, si es que
viene a cuento, por los asesinatos cometidos durante el asalto a la redacción
de la revista Charlie Hebdo a manos
de dos descerebrados integristas islámicos. ¿El pecado de esos redactores?
Haber osado reírse de unas creencias risibles. Ya veis, para algunos el sentido
del humor se castiga con la pena capital. A eso se le llama no saber encajar
las bromas.
Al principio pensaba escribir sobre
los perjuicios de la religión, ilustrándolos con la famosa frase de Weinberg: “Con
o sin religión siempre habrá buena gente haciendo cosas buenas y mala gente
haciendo cosas malas. Pero para que la buena gente haga cosas malas hace falta
la religión”. Sin embargo, ¿qué sentido tendría? ¿A quién voy a convencer que
no esté convencido ya? También pensaba criticar el relativismo cultural (y
algún día lo haré), pero sólo voy a decir algo en este sentido: No todas las
culturas son aceptables en todos sus términos. O, mejor dicho, no todas las
actitudes culturales son legítimas. La, llamémosla así, cultura occidental
tiene muchos, muchísimos defectos, pero uno de sus productos (al menos como
aspiración) es mejor que cualquier otro que conozca: la Declaración Universal
de los Derechos Humanos. En mi opinión, se trata del avance ético más importante
de la historia.
Pues bien, contra eso atentaron los
dos descerebrados integristas (definirlos así es un pleonasmo, me temo). En
concreto, atentaron contra la libertad de pensamiento y de expresión (y contra
el derecho a la vida, claro). Atentaron contra la potestad que todos tenemos de
reírnos de lo que nos venga en gana. Atentaron contra el sentido del humor, se
propusieron acallar las risas. Y si lo consiguen, habrán ganado.
Siempre he admirado la escuela francesa
de periodismo satírico. No sé si lo sabéis, pero a comienzos de los 80 hubo una
versión española de la revista Hara-kiri,
precursora de Charlie Hebdo. Allí
conocí el trabajo de dos de los asesinados en el atentado: Wolinski y Cabu. Me
encantaban, hacían un humor muy salvaje.
Wolinski, Cabu y otras diez personas
están ahora muertas (y otras once heridas), algo que, supongo, en principio no
les haría ninguna gracia. Pero estoy seguro de que, de un modo u otro,
acabarían encontrando la forma de encontrar el lado gracioso de su propia
muerte. Pues bien, eso, la risa, les hará inmortales, y no la tonta creencia en
absurdas deidades e ideas.
Porque, llamemos a las cosas por su
nombre, esos dos funestos integristas (otro pleonasmo) son unos hijos de puta,
sí; pero sobre todo son un par de gilipollas sin el menor sentido del humor.
Que les jodan.
18 comentarios:
Me gusta tu texto y no solo me parece que está muy bien escrito, sino que lo que dice es poético y quizás lo más importante: está cargado de razón, así es; la falta de sentido del humor es un handicap para tener una vida feliz que, al fin y al cabo, es de lo que se trata. También es cierto que el dogma y lo sagrado están reñidos con el sentido del humor; bueno, mas que reñidos, se excluyen. Con mas sentido del humor se habrían evitado muchas tragedias en la historia de la humanidad; suena trascendente, pero así es.En cuanto a lo que comentas de libros sobre la muerte de los padres, hay uno de Karl Ove Knausgard, un escritor Noruego que vive en Suecia, que se llama "La muerte del padre". Os lo recomiendo encarecidamente, os gustará, seguro. Me gusta tu blog y te "odio" por lo bien que escribes. Es tan difícil... (dette2666)
si no quieres que se rían de tus creencias, no tengas creencias que dan risa.
(autor desconocido)
Juan Antonio: muchas gracias por tu "odio"; eres muy amable :) El libro de Knausgard también me lo recomendó mi hijo Pablo. Lo leeré.
Samael: Cierto, muy cierto.
Son tan estúpidos y risibles que matan en nombre de cosas que no existen. La historia de las religiones es una historia de crímenes y guerras en nombre de un dios.
El humor desarma sus imposibles argumentos. Un buen chiste arruina sus creencias.
( Un chiste sobre ciencia y religión: Woody Allen, al que citas, decía en una de sus películas algo así como que le merecía más confianza el aire acondicionado que dios. Si no era así era algo parecido).
Esta entrada, César, es insuperable. No se puede decir mejor, no se puede escribir mejor.
Saludos
La risa es muy necesaria, imprescindible. Sobre todo en las cosas serias. En el amor, por supuesto (nunca he podido enamorarme de alguien que no sepa hacerme reír), y también en el dolor. Como bien dices, es una de las mejores maneras de sobrellevar el dolor y la pena. Correspondiendo a tu anécdota sobre la muerte de tu padre, te diré que cuando al mío le dieron el diagnóstico definitivo en el hospital (le quedaban pocas semanas de vida), estábamos todos los hijos con él, alrededor de su cama. Todos, como es natural, destrozados. Pero nos pusimos, él el primero, a bromear y acabamos soltando tales carcajadas que acudieron las enfermeras a ver qué pasaba. Cada vez que recuerdo esa época oscura, ese momento sobresale con luz propia,una de las pocas memorias que la redimen.
Hoy, más que nunca, hay que reivindicar el humor.
Personalmente, lo que me deja del todo atónito no es que existan religiones más o menos risibles; ni que haya gente con más o menos sentido del humor; ni tan siquiera constatar que el mundo está lleno de gilipollas o cabronazos que se dejan manipular. Lo que realmente me estremece, lo que de verdad me deja acongojado, es darme cuenta de que por el mundo pululan personas, por llamarlas de algún modo, incapaces de anteponer la vida de cualquier otra persona por encima de todo.
Buenas César
Pues bueno, el problema es el fanatismo de las religiones, que mezclado con política crea una especie de sociedad cerrada que intenta imponer sus ideas.
Como bien dices, lo más importante es la capacidad de reírse de todo, hacer reír, y lo más importante, reírte de ti mismo. Reírte, por supuesto, sin faltar al respeto.
Un gran escrito, lo has ligado todo muy bien.
Por cierto, lo que confirma el título de tu post es que des de la revista Charlie Hebdo se dijo que seguirían publicando.
Un saludo
Sin duda alguna la risa es el mejor antídoto contra todos los males del mundo.
Saludos
Fantastico, si hubiese sabido hacerlo, lo habría escrito yo.
Ramón.
Nadie podría expresar mejor el absurdo de este atentado. Lo mejor de todo es el diario que salió después del ataque: Mahoma llorando y pidiendo perdón.
¿Qué hago yo ahora, César? ¿Me inclino y te hago chapó directamente o empiezo por alabarte primero, y luego, cuando sea evidente mi debilidad por tus palabras, me quito el sombrero? No lo sé. Creo que es más que evidente el enorme talento que posees, ¿no? Vamos, que dudo que sea necesario que una cría te lo ande diciendo, pero a veces agrada que te lo recuerden, supongo.
Mara Leiva: ¿Qué debes hacer? Nada, amiga mía, salvo seguir siendo tan encantadora y amable como eres. Y no tengo un enorme talento, sino cierta habilidad para juntar palabras, eso es todo. Ah, por cierto, no eres ninguna cría. O quizá sí lo seas, pero en el mejor sentido de la palabra. En cualquier caso, me ha encantado tu comentario. Muchas gracias.
Sigo sin dar crédito al hecho de que hayas perdido parte de tu tan valioso tiempo en responder mi comentario. Pero bueno, ya puestos, permíteme decirte que esa habilidad, que como tú bien dices, tienes para unir palabras, es algo extraordinario. Te pareceré de lo más cursi (hasta a mí me lo parezco), pero claro, si tuviera ese don de palabra que tú disfrutas, te lo diría de una forma menos remilgada. El caso es que, aunque no te lo parezca, te admiro de una manera casi enfermiza, así que imagínate mi sorpresa al ver tu respuesta en la pantalla. En realidad mi reacción ha sido de lo más descojonante. Pero, volviendo al tema que nos ocupa, creo que la que debería darte las gracias soy yo. Con esa contestación me has alegrado el día, la noche y todo lo que queda de 2015. Incluso me has alegrado esta semana, que por cierto, viene cargadita de exámenes, así que fíjate.
Todo esto viene a quedar resumido en un enorme agradecimiento.
Querida Mara, me abrumas... Ante tanto elogio nunca sé qué decir. Salvo que, de verdad, no es para tanto. Por ejemplo, mi tiempo no es tan valioso como crees; deberías ver cómo lo pierdo jugando a videojuegos o al backgammon por Internet. Y sólo es valioso cuando lo empleo para precisamente lo que estoy haciendo ahora: hablar con alguien como tú. En cuanto a mi poco o mucho talento, no es un don, no es que haya nada especial en mí. Es fruto del trabajo, del aprendizaje, de muchísimos años escribiendo. Yo siempre digo que lo que hago sólo es un trabajo como otro cualquiera (aunque quizá un poquito más infrecuente). La única diferencia es que el fruto de mi curro no ocurre fuera de ti, sino en el interior de tu cabeza cuando me lees. Es, digamos, una actividad más íntima, más próxima. Siempre he pensado que leer es meterte en la cabeza de otra persona (en la del escritor), así que cuando me lees eres un poquito yo, y eso establece un extraño lazo. Joder, qué filosófico me estoy poniendo...
Pero te confieso que sí que tengo un don especial: me basta con leer muy poquito de lo que escriba una persona para saber si tiene habilidad para escribir y si es inteligente.
Pues bien, sólo he leído tus dos mensajes y algunos breves comentarios tuyos que he pillado en Google, pero puedo decirte dos cosas: Escribes muy bien y eres inteligente. Sigue así. Y, como soy inconcebiblemente más viejo que tú, permíteme un consejo: eres un ser humano completo y no necesitas a nadie ni a nada para seguir siendo lo que eres: una fantástica persona. Jamás te supedites a un hombre y cuando establezcas una relación de pareja, que sea de igual a igual. Tú vales tanto o más que cualquier otro. Eres importante.
En fin, me estoy poniendo un poco gilipollas, perdona. Es que, verás, soy un feminista convencido y no me gustan los comportamientos de algunos jóvenes actuales, tremendamente machistas. Hay una entrada en el blog, que se llama "Hay que matar al príncipe azul", donde lo explico más largo y tendido.
Gracias de nuevo por tus palabras y un beso.
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