Hoy estoy triste, muy triste. Fuera,
más allá de la ventana, la mañana era soleada en Madrid; pero dentro, en mi
interior, llovía mansamente y hacía
frío. Mi corazón no está aquí, sino a 624 kilómetros de distancia, en Barcelona.
Se llamaba María Luisa Lafuente; era
la ahijada de mi padre, José Mallorquí y, a su vez, era mi madrina –y su
marido, José María Gispert, mi padrino-. También era una de las mujeres más
buenas, sensibles e inteligentes que he conocido. Murió esta madrugada. Hoy, a
media mañana, me ha telefoneado mi padrino para decírmelo. Llevo horas
llorando.
Lo más terrible de todo es que ésta es
la segunda vez que muere, porque hace años contrajo la terrible, la injusta, la
abominable enfermedad del olvido, y su
mente comenzó a disolverse como una voluta de humo en medio de un vendaval. La
última vez que hablé con ella por teléfono, hace ya muchos años, estoy seguro
de que no me reconoció. Simuló que sí, pero no, no sabía quién era yo. Lo noté,
entre otras cosas, porque no me saludó como siempre lo hacía, no me dijo: Hola, cariño.
Más tarde, poco a poco, dejó de conocer,
dejó de hablar, dejó de estar. Una vez
fui a Barcelona y comí con mi padrino y sus hijas. Después, me invitaron a
subir a la casa familiar para ver a María Luisa, pero rehusé. No podía soportar
verla así. Más tarde, de regreso a Madrid, me di de bofetadas y me llamé a mí
mismo cobarde y gilipollas, que es lo que era (y supongo que soy). La siguiente
vez que estuve en Barcelona, fui a verla. Ella ya no estaba allí, era un
fantasma, un eco. Y que precisamente María Luisa, una mujer tan sensible, culta
e inteligente, tuviera aquel destino, me pareció tan injusto que derramé
lágrimas en las que se mezclaban la desolación y la rabia. A veces me gustaría
creer en dios para poder odiarlo.
Sin embargo, la siguiente vez que
visité a María Luisa presencié algo que me desconcertó. Mi madrina, ajena a todo, movía una mano como
si siguiera los compases de una melodía. Era como si en el interior de lo que
quedaba de su mente hubiera una orquesta tocando sólo para ella. Esta mañana mi
padrino me ha dicho que María Luisa ha muerto dulcemente, “como una vela que se
extingue”. Quiero creerlo así, quiero creer que mi querida madrina ha muerto
sin dolor ni angustia, con una sinfonía en la cabeza.
Hoy lo he recordado: cada vez que
María Luisa me telefoneaba su saludo inicial era un dulce “hola cariño”. Y
luego hablábamos mucho rato. Ella siempre me animó a escribir. Me decía: “Tú
serás escritor”, incluso cuando yo trabajaba en publicidad y ni se me pasaba
por la cabeza dedicarme a la literatura. “Tú serás escritor”... Al final tuvo
razón; me conocía mejor que yo mismo.
Esta madrugada ha muerto María Luisa
Lafuente, mi madrina, mi amiga, mi segunda madre. Los que no la conocisteis no
os podéis hacer una idea de lo maravillosa que era. Pensad en algo muy hermoso,
extraordinariamente bello; pues así era ella, por dentro y por fuera. Ahora se
ha ido, y el mundo es un poquito menos luminoso, pero deja muchas cosas buenas
tras de sí. Está su marido, José María, mi padrino, un hombre excelente, y
están sus tres maravillosos hijos, Emma, Mireia y Oriol, y un puñado de nietos
y biznietos. Y su recuerdo.
Ya es por la tarde, y llevo un rato
evocando algo que sucedió hace mucho tiempo, cuando yo tenía quince o dieciséis
años. Es una tontería, pero no sé por qué me parece importante. La primera vez
que probé la pizza fue en Barcelona. María Luisa me invitó. Creo que es bonito
recordar la primera vez que hiciste algo y con quién estabas. Una tontería, ya
os lo he dicho…
Supongo que la vida es una constante
despedida, y que el tiempo acaba quitándote todo lo que amas. En fin... Gracias
María Luisa, querida madrina, por todo lo bueno que me diste, incluyendo la
pizza. Nunca te olvidaré.
Adiós, cariño...
24 comentarios:
Adiós María Luisa, descansa en paz Nunca olvidaré tu risa franca y contagiosa. ❤️
Lo siento mucho, César.
Descanse en paz.
Lo siento muchísimo. Un abrazo grande.
Lo siento mucho, César , por desgracia sé como es esa enfermedad y os mando un abrazo muy fuerte para ti y tu familia.
Juan H.
César,cariño.Lo siento un montón.
Un fuerte abrazo
César, seguro que te reconoció en su tecleo. Mi padre que también murió sereno pero sin conocer a nadie ni a nada, solo daba algún signo al tocarle la mano. Sé lo que debes estar sufriendo; pero ella ya está tranquila. Un fuerte abrazo.
Figuro como anónimo pero soy Amparo Vázquez (mi cuenta de Google es la de la Biblioteca de la escuela MArinada)
Lo lamento César. Hermoso leerte incluso con tan triste trasfondo. Un abrazo.
Lamento tu pérdida
Lo siento mucho César.
En paz descanse.
Lo siento, querido amigo.
Un fuerte abrazo
Siento tu pérdida. Y maldita enfermedad del olvido.
Saludos:
Lo siento, César. Hace un par de meses perdí a una de mis tías que también llevaba algún tiempo aquejada de esa enfermedad. No reconocía a nadie. Es muy triste.
Un abrazo virtual.
Juan Constantin
Un abrazo, César.
Es muy duro ver desaparecer así a un ser querido: saber que ya no te reconocen, intentar adivinar si el brillo que ves lucir por un momento en sus ojos es una chispa de reconocimiento o sólo tu imaginación. Joder, ver cómo van muriendo las palabras en su mente, cómo su conversación se extingue... Es una mierda.
Lo mejor es recordar lo que nos dieron, como tú has hecho.
Un abrazo muy fuerte.
Miguel
Lo siento César. Quédate con lo bueno y entierra lo malo. Mucha gente hubiera dado una mano por tener una persona así en su entorno. Si en ese lento final no sufrió pues mejor...mi abuelo no tuvo alzheimer pero sí demencia senil al final de su vida. Un día llegué a su casa y estaba llorando a mares, y me dice entre sollozos "Ha muerto, ha muerto". Me acojoné. No sabía si le había pasado algo a mi madre o mis tios o a alguien más. Cuando le pregunté se refería a su hermano. Llevaba treinta años muerto, pero para él era como si hubiera ocurrido hoy. Intenté consolarlo, y decirle que eso fue hace tiempo, pero nada, me miraba como si estuviera diciendo idioteces. Un abrazo y mis sinceras condolencias.
Mazarbul
Sobran las palabras. A mi padre y a mi madrina los perdí así, poco a poco, olvidando cada día más. Ella, cuando ya tenía 96 años y no sabía ni el nombre de su hijo, me cantaba "A la orilla de un palmar" y "Lo divino". Algo tiene la música que consuela y la hace inolvidable...
Lo siento, César.
Yo también te transmito mis condolencias,César,y también tuve,curiosamente, como tú una tía muy especial en Barcelona que murió muy mayor hace tres años Aunque yo estaba avisada de que se había puesto muy malita (llevaba también unos años con ese olvido terrible)cuando me dijeron que había muerto me eché a llorar como una magdalena. Se te agolpan todos los recuerdos que forman parte de tu vida y se te muere algo por dentro,es verdad.A mí lo único que me consuela es que parece que son muertes "dulces"...En fin. Mi pésame.
Un saludo desde Cantabria de Aurora Boreal.
Conmovido por tus palabras, te envío un fuerte abrazo.
Luis Rodriguez Olivares
Muchas gracias a todos. Sois cojonudos.
Lo siento mucho. Un fuerte abrazo.
Lo siento Cesar. Mucho ánimo.
Un sincero abrazo
Un abrazo.
Qué penita.. Lo siento mucho César. Suerte la tuya por haber tenido una persona de referencia tan valiosa en tu vida y que te ha aportado tanto. Un fuerte abrazo
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